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Yalo

Muñecos rotos en Beirut

Elias Khoury es un buen ejemplo de la calidad y el empuje de los novelistas árabes que podríamos considerar hijos o nietos del maestro egipcio Naguib Mahfuz. Nacido en el seno de una familia cristiana libanesa, aunque personalmente descreído, Khoury es asimismo conocido por su intenso compromiso con la causa del despojado pueblo palestino, sobre la que escribió una exitosa novela polifónica llamada La Cueva del Sol. Ahora el escritor libanés nos propone con Yalo un nuevo tour de force en su narrativa. El constante tejer y destejer de la historia de esta novela la emparenta con Las mil y una noches; la investigación procesal que sustenta la trama, con Kafka, y el carácter marginal de su protagonista, con Genet.

Yalo

Elias Khoury

Traducción de Jaume Ferrer Carmona

Alfaguara. Madrid, 2011

347 páginas. 19,50 euros

Libro electrónico: 12,99 euros

Yalo trata de personas rotas en una ciudad desgarrada. Chirín, que denuncia haber sido víctima de una violación, es una mujer rota, como también lo es Gabi, la madre del denunciado. En cuanto al acusado, Daniel Abel Abyad, más conocido como Yalo, es un amasijo de cristales fragmentados que ni él mismo sabe cómo recomponer. La ciudad en la que todo transcurre es la sensual y salvaje Beirut, que en esta novela huele a mar y a anís, a sangre y a incienso, a pinos y a vómito.

Resulta muy difícil solicitar compasión para un presunto violador, pero tal es el ejercicio al que se entrega Khoury. No para justificarlo, sino para contarlo. Yalo es un hijo del tormentoso Líbano multiconfesional. Su abuelo, huérfano tras una de las muchas masacres étnicas y religiosas de Oriente Próximo, es un cura siriaco de talante autoritario y delirios místicos. Le cuenta a Yalo que Ismael, el antepasado de todos los árabes, "fue arrojado al desierto con su madre Agar, donde recibió el bautismo de las lágrimas". Y sí, hay más lágrimas que risas en la historia de los árabes.

Yalo es también un hijo de las guerras civiles libanesas. A los 14 años se enrola en la milicia de los machos cabríos, en la que descubre que "el sabor de la sangre y el sabor de la miel son iguales". Instalada una frágil paz en el país de los cedros, Yalo trabaja como guarda de la finca de un traficante de armas hasta que es detenido y acusado de violar a Chirín, de la que está locamente enamorado, y de toda suerte de delitos de robo y terrorismo. Ya no puede caer más bajo, se ha transformado en "un cordero que sacrificarán en expiación por todos los demás". Bajo tortura o en la celda, Yalo rememora su vida sin saber lo que es cierto, lo que es fantasía y lo que tan sólo es un mochuelo que intentan colgarle. No obstante, de este ejercicio febril van emergiendo unas cuantas verdades. Algunas sobre sí mismo: "Nací ahorcado y la soga de sangre ha sido mi única herencia". Otras sobre Chirín: "Cuando la voz de una mujer se quiebra, eso significa que su corazón ha enronquecido sin remedio". Y no pocas ontológicas: "¿Por qué nos creó Dios? ¿Quizá para que sufriéramos e hiciéramos sufrir?". Khoury termina logrando su tour de force: aquel que no sienta empatía por el sufrimiento de un ser humano no es digno de ser llamado humano.

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