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Columna
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A la espera de una ecografía

Como paciente cardiovascular crónico tengo prescrita una revisión anual a la que he acudido puntualmente en la antigua Clínica La Fe, sin la menor incidencia y debería añadir que con plausible eficiencia por parte del doctor que me atendía, hasta que, súbitamente, ese trámite fue transferido a los centros de especialidades. A uno de estos acudí en diciembre pasado donde, sin la menor sorpresa, constaté que el nuevo cardiólogo no disponía de mi historia clínica. Debo suponer que se vendió como papel viejo. Hubo, pues, que reconstruirla. Por fortuna, la dolencia está estabilizada y no requería decisiones drásticas. Se me dijo que en marzo o abril sería citado para someterme a una ecografía. No había prisa.

Con ambiente fallero en la calle me recibió el especialista, que me saludó con dos advertencias. Una, que él era el sustituto y, dos, que no estaba familiarizado con el ecógrafo porque lo acababan de instalar. "Probablemente tendrá que volver", dijo todo al tiempo que instruía al sanitario asistente para que reclamase unos adhesivos para fijar las terminales al pecho. "Pues haremos de cobaya", me dije resignadamente mientras el doctor acometía a tientas la exploración.

En esas estábamos cuando una enfermera con pinta de recia matrona, para la que la privaticidad y mucho más la intimidad debían ser meros prejuicios, irrumpió en el austero recinto inquiriendo quién haría las ecografías a los pacientes de Torrent. Al parecer, esa tarea no les incumbía a los especialistas aludidos que, además, por lo que podía deducir, habían concertado atender exclusivamente a los propios y entre estos no figuraban los de la citada capital de L'Horta Sud. Sobre ello divagaban sin condescendencias la pareja de clínicos cuando el galeno dio por concluido el examen y me remitió a una nueva visita con el cardiólogo que me correspondía y a quien habría enviado oportunamente el resultado de la ecografía. Me fui pensando que los de Torrent lo tenían crudo.

Días después, con una celeridad desacostumbrada y una espera moderada en la antesala, tomé asiento ante el doctor, que -¿lo adivinan?- también era un sustituto. Conteniendo un amago de ira razonaba yo con mi joven interlocutor acerca de estas deficiencias de la salud pública, cuya crítica, a la vez que merecida y necesaria, tanto contribuye al auge de la medicina privada en perjuicio de los jodidos de la tierra. Fue en un instante de la moderada soflama cuando, de nuevo, como en una repetición del Día de la Marmota, la matrona en jefe irrumpió papeles en mano pidiendo ayuda para con los cardiópatas de Torrent que, como aquellos personajes de la comedia o drama de Pirandello, iban en busca de un autor o médico en este caso que les hiciera una ecografía.

Ah, por cierto, de la mía sigo sin saber si fue válida o debe repetirse. No hay prisa. Quizá la atención mejore cuando los titulares estén a pie de obra.

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