Te doy lo que fui
¡Qué bien suenan las cosas sensibles en castellano recio! En la novela La sonrisa etrusca, José Luis Sampedro habla sin subrayados del amor en todas sus formas y del deseo de abrazar lo auténtico en época de imposturas. Al final del camino, Salvatore, su anciano protagonista, campesino calabrés aferrado a una forma de vida en franco retroceso, encuentra en su nieto Brunettino alguien a quien transmitir su experiencia profunda. La novela es un análisis fotométrico de ese traspaso de testigo del abuelo al nieto. Mordido por una enfermedad, a la que llama Rusca, como a una hurona que tuvo para cazar liebres, Salvatore se redescubre en el bebé: jamás había sentido tanta ternura por nadie.
LA SONRISA ETRUSCA
Adaptación de Juan Pablo Heras González de la novela de José Luis Sampedro. Reparto: Héctor Alterio, Julieta Serrano, Nacho Castro, Israel Frías, Sonia Gómez Silva.... Vestuario: Ana Rodrigo. Luz y escenografía: Francisco Leal. Dirección. José Carlos Plaza. Teatro Bellas Artes. Hasta el 24 de abril.
Algo tan difícil como comprimir más de trescientas páginas en dos horas de teatro tiene en este caso una complicación añadida: no hay quien encarnar pueda a ese niño de trece meses, que contagia su sonrisa beatífica al abuelo o que le sale por donde menos se lo espera. Juan Pablo Heras González, el adaptador, ha sorteado esta dificultad desplazando el eje de la función: tan importante o más que el vínculo entre el hombre crepuscular y el que amanece apenas es el amor inesperado que brota entre aquél y Hortensia, amalfitana que le vuelve del revés su manera de entender las relaciones entre sexos. Interpretada por Julieta Serrano, Hortensia transmite una hermosura y una sabiduría serena: la manera en que se dirige a Renato, el hijo de Salvatore, cuando lo conoce en circunstancias comprometidas, arranca el momento de más honda emoción del espectáculo.
Héctor Alterio tiene la figura y el carácter exactos del viejo combatiente contra los fascistas: en adelante, le imaginaremos con su rostro, a pesar de que se le hace hablar en off demasiado a menudo, y de que lo haga con otro acento. Alguna de las evocaciones de su tierra y de su pasado tendría mayor fuerza dicha en vivo y a público. También le iría bien al espectáculo reducir la amplificación, que pone una distancia dramática indeseada: la voz de los personajes llega con la misma intensidad cinematográfica cuando están de frente que cuando se giran.
En lo formal, La sonrisa etrusca parece producida para ese gran público que, al decir de ciertos programadores, exige una presentación dentro de los estándares: a la multiplicidad de lugares donde sucede la acción, un espacio vacío le hubiera ido mejor que la escenografía realista desamueblada de Francisco Leal sobre la que se proyectan exteriores filmados. De este espectáculo quedará la ternura y la emoción sabia de la historia que nos cuenta, que llegan al público bien servidas a veces y otras saltando por encima de cualquier obstáculo.
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