Rodillas de barro
No conozco al señor Camps, más que de un encuentro casual en un concierto en el Palau de la Música de Valencia. No soy de esos periodistas que día a día han intentado -sin éxito- obtener el precio de la visita del papa o saber dónde moran las facturas de los dichosos trajes. No he votado nunca a su partido pero tampoco me niego la posibilidad de hacerlo en un futuro hipotético. Simplemente, sigo la realidad de este pequeño país e intento impregnarme de todos sus matices.
Lo que Camps está haciendo con las emisiones de la TV3 es simplemente un allanamiento: lo digo como usuario, como ciudadano y como periodista. Un allanamiento, un desalojo de la libre expresión, un acto de censura. Imagino que todos los sátrapas hacen lo mismo cuando ven peligrar su poder. Leo en su actitud los mismos tics de los dirigentes de Túnez, Egipto, Libia o China cuando no están seguros de la tierra que pisan y cortan el contacto en internet con Google u otro buscador de la realidad. Lo primero: eliminar al mensajero, culpar al de fuera, cerrar la ventana, acabar con la página. El presidente de la Generalitat está siendo el sátrapa de Valencia al abocar al silencio las señales de la Televisión de Cataluña en nuestra comunidad.
Si él fuera un nacionalista valenciano y yo un nacionalista catalán, esta crítica tendría sus fundamentos lógicos y por tanto inocuos. Pero ni Camps es una cosa ni yo la otra, por eso esta crítica va por delante de los mapas y las pancartas, se ciñe a la moralidad estética y a la pluralidad expresiva. El president cierra -o aboca a la desaparición- las emisiones televisivas de Cataluña, no por valencianismo sino por universalidad. Esto es lo curioso, que no necesita silenciar esas voces para salvaguardar su -por otro lado, espeso- futuro político, sino porque no puede soportar que desde un territorio vecino y co-lingüístico se esté produciendo la mejor televisión autonómica de toda España. Camps cierra TV3 por envidia y le importa un huevo lo que piense el telespectador, incluso el telespectador de su propio partido.
No necesito escuchar la sentencia de los jueces para saber cuál es el futuro que espera al presidente de la Generalitat, me basta con observar el negro digital con el que ha enmarcado la sintonización de la TV3 en nuestro tdt de andar por casa. Le espera el futuro de todos los políticos autoritarios: el ostracismo y el olvido. Todos han hecho lo mismo en los últimos minutos. Nuestros minutos pueden ser de meses o años de espera, pero ello no impide que los de Camps sean sus últimos minutos virtuales. Se despide con un borrón portentoso, el de acabar con una fuente informativa y expresiva que estaba al libre consumo del usuario valenciano. Al cerrarla, no solo cierra un punto de vista para el discurrir de sus conciudadanos, elimina moralmente de los frisos cualquier loa hacia su persona.
El señor Camps desaparecerá de la escena política, su paso por la Generalitat caerá en el foso del olvido, y la señal de la Televisión de Cataluña volverá a abrirse paso en la Comunidad Valenciana, no como una apisonadora, sino como un ejemplo de calidad y pluralidad. El nombre de Francisco Camps caerá en el desconocimiento y la inanición, pero el libre discurso de las ideas permanecerá. Por encima de satrapías y censuras, por encima de su intento megalómano por acabar con las voces críticas. Por encima de su neronismo frente a una Valencia que aparentemente se rinde ante sus rodillas de barro.
Emilio Garrido es periodista y escritor.
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