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Reportaje:ESCAPADAS

Rosas para Espartaco

Una ruta circular por Bulgaria, sus monasterios, sus campos fértiles y la ciudad del mítico gladiador

Recorrer Bulgaria en un pequeño autobús es una aventura. Diez días. Un país de dimensiones muy parecidas a Andalucía, que se hace inmenso desde los hoyos de algunas de las carreteras, tan estrechas y con camiones siempre delante de ti. Sin embargo, pronto se entiende que la lentitud forme parte de una ruta en la que lo importante ya es el propio camino, unos valles fértiles con girasoles que ahora te miran, que ahora te dan la espalda... hasta que se convierten, de repente, en rosas, o en maíz, o en tabaco. "Antes había más plantaciones de tabaco y se fumaba menos", dice el conductor. "Ahora se fuma más, pero nos llega de Ucrania y Rusia". La belleza avanza por la ventana. Un paisaje muy agrícola y forestal que muestra lo que un día fueron altas cumbres y hoy son viejas superficies dedicadas a pastos.

El trayecto es circular; comienza en Sofía y termina en el mar Negro; de la capital búlgara a Varna, la capital del mar. Avanzamos por el sur, regresamos por el norte. Ellos, los Balcanes, siempre están presentes. Se trata de avanzar en un paisaje lleno de coníferas, robles y grandeza. El ojo a veces olvida lo que son las grandes dimensiones de naturaleza, merece la pena perderse en Bulgaria, aunque sea para recordarlo. Cumbres, blancura allá en lo alto, tierra negra y fértil aquí, en el suelo. Entre medias, las casas se muestran de tamaños asequibles; rudas construcciones levantadas con tradicionales ladrillos macizos de color rojo. En la carretera, grandes anuncios en lata vieja muestran carteles de mujeres rubias que anuncian sandía en una actitud un tanto soez, y así, de una manera tan simple, uno recuerda que ese país, a la vista pobre, se incorporó recientemente (2007) a la Europa del prometido progreso, aunque ella, Bulgaria, tiene a gala considerar su idioma cirílico como la primera lengua nacional escrita en Europa.

El peso de su historia se ve a cada paso, en cualquiera de las iglesias de las pequeñas aldeas repletas de iconos o en la agitada capital, Sofía, donde reside una quinta parte de los casi ocho millones que componen la población total, o en las fortificaciones medievales que cobijan más de 200 monasterios.

Sofía

Se debe pasear por Sofía, tomándose un tiempo en el centro cuadricular de esta ciudad de calles empedradas. Su casco histórico, con varias iglesias ortodoxas, una mezquita del siglo XVI o una sinagoga art noveau, ya sitúa al paseante en lo que es este país, un cruce de caminos como ningún otro lugar del mundo. La catedral de San Aleksandur Nevski, de estilo ruso, se levantó en homenaje a la participación de Rusia en la independencia del país (1878) y bien merece un tiempo contemplar sus cúpulas doradas o el interior, levemente iluminado con velas. Además de la catedral, el Museo Arqueológico, el de Arte Nacional o el Parlamento... son solo algunas de las opciones en esta parte de la ciudad, grandiosa y optimista, y que en nada recuerda la austeridad de los edificios de oficinas levantados en el periodo comunista que aparecen también a la vuelta de cualquier esquina.

Sofía es el perfecto punto al que llegar y desde el que marchar. No da pena, por tanto, tomar el autobús y decir hasta luego a la capital del país, bulliciosa en vida y animación cultural, con un buen número de teatros, cines y restaurantes... Antes, un paseo por las colinas que rodean Sofía, en el barrio de Boyana, y así no cerrar los ojos ante los frescos de los siglos XII y XIII de su iglesia, declarada por la Unesco patrimonio mundial en 1979. Una obra maestra del arte búlgaro. Uno de esos lugares donde uno se querría quedar.

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De Rila a Bansko

Sin embargo, espera el camino hacia el suroeste del país. Son solo cuatro horas, aunque a mitad de trayecto aparece escondido entre frondosos bosques el monasterio de Rila, también patrimonio mundial, y otro lugar donde querer quedarse. Y se puede. Se pueden alquilar sencillas habitaciones y respirar y olvidar el ruido. Con tal motivo lo fundó Juan de Rila en el siglo X, quien ya entonces quería escapar de lo que consideraba la degeneración moral de la sociedad. Hay que dedicar tiempo para disfrutar del amplio complejo y ver la iglesia de la Natividad, el Museo del Tesoro, las antiguas cocinas e incluso la cueva donde Juan de Rila pasó gran parte de su vida.

Continúa la ruta. Los próximos destinos son Blagoevgrad, ciudad con gran vida universitaria, y Sandanski, donde se dice que nació Espartaco, el gladiador tracio. Un buen lugar para descansar y así, al día siguiente, perderse en Melnik (con cultivo de buen vino) y en Velingrad, la ciudad balneario.

Bansko, la urbe más alta del país, es un destino conocido entre los aficionados al esquí por su buena relación calidad-precio. Otro buen lugar para hacer noche antes de continuar hacia el mar Negro pasando antes por Plovdiv, Nessebar y los montes Ródope y sus caprichosas figuras rocosas moldeadas por el viento y la lluvia.

La carretera no asusta. Es una perfecta compañera de viaje. En el asfalto además aparecen a un lado agricultores ofreciendo los mejores tomates y frutas que recuerdo en tiempos. Lo demás son pueblos, pueblos llenos de tesoros y la imagen de san Jorge y su dragón, tan presente como los trajes típicos de duros tejidos o la bandera del país con tres franjas horizontales del mismo tamaño: blanca, verde y roja. Después, casas. Los difuntos, en grandes fotos, te saludan desde las puertas de su vivienda en esos días en que se comunica su muerte y se pide su recuerdo. Son como los vivos. Mujeres gruesas con caras casi transparentes y grandes pañoletas en la cabeza; hombres con un coraje ya extinguido, aunque todavía se adivine en la imagen. Ocurre algo con Bulgaria... De este país, tan rico y pobre a la vez, lleno de belleza, arte y una magnífica y omnipresente sopa de yogur -el plato nacional-, lo que se mantiene en el recuerdo al regresar son esos muertos con caras de buena gente pinchados a la puerta de su casa. Bulgaria es la gente que no has llegado a ver, es la historia que no has llegado a vivir; el otro borde de Europa, aquel que delimita al mar Negro en su extremo oriental, igual que España, el otro borde de Europa, lo hace desde el océano Atlántico en su extremo occidental.

El mar Negro

Plovdiv se alza sobre el río Maritza, y desde la llanura recuerda al visitante que es la segunda ciudad más grande de Bulgaria y un buen lugar para disfrutar de la arquitectura tradicional, con casas que, en el siglo XIX, los comerciantes mandaron construir y que dan lugar a la llamada arquitectura del resurgimiento nacional. En Plovdiv, sus ferias, galerías de arte y la vida de su comercio conviven con una catedral católica, una mezquita árabe, iglesias ortodoxas y un anfiteatro romano de mármol para 6.000 personas levantado en el siglo II, aunque descubierto casualmente hace poco menos de 40 años.

Se acerca el mar. Detengámonos en Burgas, paseemos por sus lagos y sigamos hacia el norte, a Varna, sin dejarnos atrás la península rocosa de Nesebur. Conviene no tener prisa y disfrutar del casco histórico, para después seguir en una ruta tardía que, por añadidura, nos permita llegar al mar Negro de noche. La oscuridad en el mar esconde lo que luego deja ver la luz a la mañana siguiente, que Varna es un destino turístico de primera magnitud y, sin embargo, posee un ambiente tranquilo. Convive el bullicio industrial con la ciudad balneario: arena y acantilado.

Desde aquí, Balchik bien merece una pequeña excursión, y así poder ver esta tranquila ciudad que, a pocos kilómetros, alberga el palacio de la reina Marie, esposa del rey Ferdinand de Rumanía, quien lo mandó construir para ella en 1924. Regreso a Varna. A 469 kilómetros de Sofía se puede descansar, y pasear, unos días. La catedral de la Asunción, la ópera-teatro, la muralla romana son algunas sugerencias. A pocos kilómetros de la ciudad se pueden contemplar inmensas columnas en el bosque de piedras, 300 en total, con una antigüedad de 50 millones de años. ¿Alguien da más?

Los Balcanes

El autobús es cada día más fiel. Se detiene en el pueblo de Madara, como si ya supiera que ese inmenso caballo del siglo VIII labrado en una roca vertical de 23 metros y la cueva de las ninfas nos estuvieran esperando. A estas alturas del viaje el pequeño autobús se ha convertido en parte de uno mismo y, por eso, uno ya no le pregunta por qué los kilómetros avanzan despacio bajo sus ruedas. Sigue la ruta de regreso por el norte y el centro del país, donde allá, hacia la frontera con Rumanía, el Danubio acompaña las tierras, mientras, por carretera, nuestro trayecto nos adentra en fértiles llanuras por un paraíso de flora y fauna ideal para los amantes del senderismo. Veliko Turnovo, primero, y después Arbanassi, antigua capital medieval, conservan, como la localidad de Koprivshtitsa, las casas fortificadas de los antiguos mercaderes.

Se llega al valle de los rosas; así se llama a estas tierras compuestas por tres valles vecinos delimitados al sur por las boscosas colinas de Sredna Gora. Durante siglos, estas flores han abastecido la importante industria búlgara del aceite de rosa. Son flores cultivadas a lo largo de 30 kilómetros alrededor de los pueblos de Karlovo y Kazanlak. Tan pronto como abren, se recogen con todo cuidado para evitar la evaporación del aceite. Tradicionalmente esto tenía lugar con la llegada del verano, pero con el calentamiento global se adelantan las fechas del calendario y hace que el final de mayo y junio sean los meses idóneos para ver las rosas. Llegar a Sofía marca el fin, que podría ser el principio de todo otra vez. Otro círculo diferente por un país que ofrece mucho que ver. La última sopa de yogur, o de judías; trucha, frutas silvestres y un pastel de miel pueden ser un final, como otro cualquiera, que también animaría a tomar fuerzas para volver a empezar.

» Almudena Solana es autora de La importancia de los peces fluorescentes (Suma, 2009).

Frescos con  escenas religiosas en el monasterio de Rila, patrimonio mundial desde 1983.
Frescos con escenas religiosas en el monasterio de Rila, patrimonio mundial desde 1983.MARCO CRISTOFORI

Guía

Cómo ir

» Bulgaria Air (www.air.bg ) vuela directo de Madrid a Sofía, ida y vuelta, a partir de unos 148 euros.

» Iberia (www.iberia.com ) también vuela directo a Sofía desde Madrid, a partir de 152 euros ida y vuelta, precio final.

Información

» Oficina de turismo de Bulgaria (www.bulgariatravel.org ).

» www.oficinadeturismobulgaro.org .

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