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Columna
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Extravagantes

Manuel Rivas

Harta de conveniencias y oportunistas, en la atmósfera histérica del macartismo, la dramaturga Lillian Hellman contestó así a un requerimiento para que ratificase o no su condición de izquierdista: "No puedo recortar mi conciencia para adaptarla a las modas de este año". ¡Un año! Ha dejado de existir esa medida del tiempo. Mientras el tiempo de las conciencias parece moverse como el reloj astronómico de Praga, hacia adelante y hacia atrás, el de las modas se acelera mutante. La política antropófaga usa una retórica verbívora. Palabras que se comen las unas a las otras. En esta carrera, hemos llegado a un extremo cómico de la elocuencia. No hay un verdadero debate entre políticas distintas, sino entre ropajes. El partido de la Extravagancia contra el partido del Frikismo. Para la derecha, cada medida del Gobierno es "extravagante", fruto de la "ocurrencia". Para los portavoces gubernamentales, los conservadores están dirigidos por un grupo de frikis de estilo anarcoide pero intención ultra. Lo de friki viene del inglés freak que también significa extravagante. En consecuencia, estamos asistiendo a un debate enconado entre dos extravagancias, en un contexto peliagudo. No me extraña que gran parte de las muertes súbitas se produzcan ante el televisor y durante los informativos. El espectador indeciso se siente emparedado entre dos fuerzas centrípetas, la friki y la extravagante. Es comprensible que algunos supervivientes busquen cobijo en canales TDT tomados por chamanes y brujas, además de la banda habitual de cornetas y tambores del Apocalipsis. El problema de utilizar como fuego a discreción el calificativo extravagante es que lo extravaga todo. Lo más lógico sería buscar otra lógica. Por ejemplo, es lógico que la derecha anuncie por fin su intención de recortar todavía más los impuestos. Tendrá que explicar también cómo va a mantener los servicios públicos. Porque el peor recorte es el de las conciencias.

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