Muriéndonos de la envidia
Miguel Bosé es carne de cañón para envidiosos. Y la envidia, ya se sabe, sobresale como ese corrosivo deporte nacional con más practicantes que el balompié. A sus ya casi 55 años, Bosé acredita mayor éxito y predicamento que usted (y que el firmante) entre hombres o mujeres; mantiene una lozanía física muy superior a la suya; ha sido chico Almodóvar (y usted no) y, por si fuera poco, se ha quitado veintitantos kilos gracias a un método de nombre tan raro que le dedica la canción (Ayurvédico) con la que ayer abrió, como todas las noches, su Cardio Tour.
Asumámoslo. Si a nuestro protagonista de anoche lo encontramos más guapo, talentoso, versátil y estilizado que nosotros; si el traje le sienta como jamás nos quiso conceder el espejo, ¿cómo sustraerse a que la mezquina irritación nos recorra toda la espina dorsal? Rindámonos a la evidencia de que Miguel es un artistazo o busquemos consuelo en detalles menores. Por ejemplo: ayer, en la primera de sus cinco veladas en el Coliseum, quedaron unas cuantas butacas vacantes y el famoseo se redujo a Mercedes Milá, Santiago Segura, las celebrities familiares (Lucía y Bimba Bosé) y el ex de alguna cantante curvilínea. Porque al ensalzador de la salsa canaria ya no le recuerda nadie y, por su forma de mascar chicle, debió aburrirse muchísimo.
El tratamiento audiovisual es de lo más impactante del pop español
Solo fallaron los ajustes del sonido durante los compases iniciales
Bosé publica precisamente hoy el disco y DVD de este Cardio Tour, testimonio de un espectáculo total en el que están coreografiados hasta los gestos de los músicos. Asombra el tratamiento audiovisual, entre lo más sofisticado e impactante que se ha estilado nunca en el pop español. Unos inmensos labios carnosos dan paso a unas puertas giratorias tras las que asoma el artista. A partir de ese instante, las tres pantallas (cóncava, circular y convexa) no dejarán de escupir información, a ratos tan cuidada que podría recordar a Peter Gabriel. No es detalle pequeño en un país donde las grandes estrellas del rock ofrecen proyecciones que parecen creadas por algún sobrino en sus clases de la ESO.
Solo fallan los ajustes del sonido durante los compases iniciales: de Ayurvédico y Cardio no se entendía una palabra. Pero los ánimos se caldean a partir del primer clásico (o clasiquísimo, Nena) y en el patio de butacas prende la excitación. Dos diablesas encienden la luz de sus cuernos puntiagudos en la fila cinco y una cándida voz femenina proclama: "¡Pero mira que eres guapo!". Nada comparado con los bramidos ("¡Ese culito!") con los que se saluda Júrame, pieza en la que, como habrán imaginado, el cantante se pasa un buen rato dándonos la espalda.
Hay margen para otras provocaciones de intensidad mediana ("Soy el mejor de los perros toda la semana, pero los sábados y domingos me convierto en una perra") o guiños para entendidos, como ese moreno descamisado que flota entre constelaciones, de pantalla en pantalla, durante la interpretación de Por ti. Y hay, sí, grandes momentos: el ligero aire a lo Depeche Mode de la intrigante Dame argumentos, o la constatación de que Si tú no vuelves es un temazo. Le pese a quien le pese, y aunque nos muramos de la envidia.
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