"Vivimos un riesgo de colapso total"
El ex primer ministro británico Gordon Brown cuenta en esta entrevista lo que fueron los días más peligrosos de la crisis financiera global, en el otoño de 2008, y las lecciones que deben extraerse para el futuro: esencialmente, la necesidad de dotarse de una autoridad financiera mundial.
Pregunta. En el punto álgido de la crisis bancaria, una buena mañana le dijo usted a su mujer, Sarah, que debía estar preparada para mudarse de Downing Street por la tarde, porque quizá iba a dimitir. ¿Cómo reaccionó su esposa?
Respuesta. Con toda calma y profesionalidad. Empezó de inmediato los preparativos, aunque prescindió de llamar a la empresa de mudanzas... eso habría enviado una señal devastadora a los mercados.
"Aún no se ha entendido que EEUU había vendido la mitad de los valores basura a Europa"
"No podemos seguir como hasta ahora. El sistema bancario impone enormes riesgos"
"El Royal Bank of Scotland se habría hundido en horas. El HSBC le habría seguido"
"Necesitamos una autoridad financiera mundial que ocupe el lugar de las nacionales"
P. Estamos hablando del miércoles 8 de octubre de 2008. El banco de inversión estadounidense Lehman Brothers ya había quebrado. En sus memorias escribe usted: "Presentía que estábamos ante un colapso total". ¿Cómo habría sido ese colapso?
R. El Royal Bank of Scotland se habría hundido en el plazo de horas. El gigante bancario HSBC le habría seguido poco después, como, probablemente, algunas instituciones financieras europeas y estadounidenses. La mayoría de la gente todavía no tiene una idea clara de la magnitud del colapso que podría haberse producido... una catástrofe difícilmente imaginable.
P. ¿Habrían seguido funcionando los cajeros automáticos después de ese 8 de octubre?
R. No podría jurarlo. La gente habría sido presa del pánico y habrían intentado retirar su dinero. Pero mi principal preocupación en aquel momento era la completa falta de liderazgo, tanto entre los bancos como entre los Gobiernos.
P. Aquel día por la mañana, usted anunció la recapitalización de los bancos en dificultades. Invirtió miles de millones de fondos públicos en las instituciones financieras, algo comparable a una nacionalización. Hoy se elogia ese papel de santo auxiliador. ¿Pero cómo sabía entonces que lo que hizo funcionaría?
R. No lo sabía. Con franqueza, nos lo jugamos todo a una carta. Ningún país lo había hecho antes. Pero funcionó. En el plazo de días, los Gobiernos de la mayoría de los principales Estados siguieron nuestro ejemplo.
P. Hace poco, el antiguo ministro de Finanzas alemán Peer Steinbrück seguía insistiendo en que todo ese lío era un asunto exclusivamente anglosajón.
R. Naturalmente, los riesgos hipotecarios de Estados Unidos fueron los desencadenantes de la crisis. Sin embargo, aún no se ha entendido que la mitad de los valores basura se habían vendido a bancos europeos. Y estos no tenían capital suficiente, sino toda clase de porquería en sus balances.
P. ¿Hablaba con Angela Merkel?
R. De forma habitual. Sabía qué era lo que yo pensaba. Puede que, a pesar de todo, le sorprendiera mi decisión del 8 de octubre.
P. No era pequeño el riesgo que corrió usted...
R. No sabíamos cómo reaccionarían los mercados y el resto de los Gobiernos. Si nadie nos hubiera apoyado, las cosas se habrían puesto muy difíciles para el Reino Unido. Pero la gente había comprendido que el programa de rescate de EE UU no funcionaba. Allí, el Estado se limitó a hacerse cargo de los activos dañados de la banca. Pero los estadounidenses no lograron resolver de ese modo el problema de los bancos subcapitalizados. Sencillamente, nuestra forma de abordar la solución del problema era mejor.
P. En las vacaciones de verano se dedicó a empollar mamotretos sobre la Gran Depresión. ¿Le sirvieron de ayuda?
R. Sabía que era necesario coordinar las políticas monetarias y fiscales. En último término, era necesario imprimir muchísimo dinero. Los Estados tuvieron que acometer los mayores programas de gasto que jamás haya visto el mundo. Y todo ello debía coordinarse internacionalmente, algo que era la primera vez que se hacía a tal escala.
P. Muchos críticos le reprochan haber contribuido a desencadenar la crisis. Aún en 2005, usted, entonces ministro de Finanzas, afirmó en un encuentro con ejecutivos empresariales que la interferencia de un Gobierno en las instituciones financieras debía reducirse al mínimo indispensable.
R. Deben entender la atmósfera predominante entonces en el Reino Unido. Acabábamos de instaurar una nueva autoridad de supervisión que sustituía a la autorregulación de la City londinense. Fusionamos distintas agencias supervisoras...
P. No obstante, el resultado fue un sistema de control prácticamente imperceptible. El banco Lehman lo sabía perfectamente, porque realizaba muchas de sus operaciones desde Londres.
R. Los responsables de Lehman ocultaron su verdadera situación financiera. No se puede responsabilizar al supervisor cuando un banco falsea su posición financiera. Al final habría importado bien poco que hubiera sido algo más riguroso o algo más laxo. Es verdad que lo que no tuvimos en cuenta fueron las interdependencias entre las diversas instituciones financieras. Lo que pasa en un banco tiene repercusiones en muchos otros.
P. Es evidente que las autoridades financieras de Canadá, Australia o Suecia hicieron mejor su trabajo. Los bancos de esos países apenas se han visto afectados. ¿De verdad no tiene usted nada que reprocharse?
R. Por supuesto que desearía haber entendido mejor el sistema de antemano. A comienzos de 2007 hicimos una simulación a ambos lados del Atlántico, en la que colaboraron personas como el entonces secretario de Finanzas de Estados Unidos, Hank Paulson, o el responsable de la Reserva Federal estadounidense, Ben Bernanke. Simulamos lo que ocurriría en el caso de que se hundiera un único banco. Y comprendimos que las consecuencias trascenderían a ese solo banco. Sin embargo, no analizamos cuáles eran las interrelaciones dentro del sistema. Tendríamos que haber construido mucho antes un sistema de control financiero global.
P. En Bruselas y en Berlín, los políticos intentaron, antes de la crisis, imponer una regulación más estricta. Usted, en Londres, bloqueó siempre esos intentos.
R. Eso es un malentendido. Yo siempre he sido partidario de la intervención, pero quería que se impusiera en un nivel global. Si se lleva a cabo únicamente en Europa, pero no en Estados Unidos o Hong Kong, Singapur y Suiza, los bancos simplemente cambian de sitio. A estas alturas ya se reconoce la necesidad de un sistema global. Pero de momento veo el problema de que las reglas globales no se aplican en todos los centros financieros importantes.
P. Siempre hay alguien que se queda fuera. ¿No es esta exigencia de supervisión mundial una mera excusa para no hacer nada?
R. En el caso del impuesto sobre los intereses ya lo hemos logrado. Si nos hubiéramos limitado a aplicarlo en Europa, los beneficiarios habrían sido los demás países. Ahora existe intercambio de información con Estados como EE UU, Liechtenstein o Suiza. Si algunos centros financieros se sustraen a la supervisión, se priva de sentido a todo el sistema.
P. Pero hace diez años, durante la crisis asiática, ya se pregonaron las buenas intenciones regulatorias.
R. En aquel momento propuse un sistema de alerta temprana para la economía global. El sistema financiero debía hacerse más transparente y era necesario internacionalizar la supervisión.
P. Fue poco lo que se consiguió. También esta vez podría ocurrir que la crisis no tenga verdaderas consecuencias.
R. Actualmente existe el extremo peligro de que recaigamos en la antigua rutina: del miedo exagerado a la exageración irracional.
P. Muchos Estados tuvieron que pagar un precio extremadamente elevado por la salvación de los bancos. También usted ha legado a su sucesor una ingente montaña de deudas.
R. El déficit es la consecuencia forzosa de la recesión. Como en el Reino Unido el sector financiero era claramente mayor que en otros países, también hemos sufrido pérdidas superiores por la caída de los ingresos fiscales. Me parece injusta la crítica de que hemos actuado de forma irresponsable con las finanzas del Estado. Solo hemos tomado las medidas necesarias para salir de la recesión.
P. La economía ha vuelto a contraerse en el Reino Unido.
R. El actual Gobierno no se ocupa lo suficiente del crecimiento económico.
P. ¿Se siente engañado por los bancos?
R. En nuestras familias, y en la sociedad en general, esperamos que la gente se comporte de una determinada manera. Presupones que la gente es digna de confianza, la integridad, la conciencia de la responsabilidad. Como sabemos ahora, los banqueros se regían por otras normas. En algún momento, los gigantes financieros globales se han desvinculado de los principios que exigimos a otras instituciones. Ese es el problema.
P. De momento, los banqueros han vuelto a percibir bonus récord. ¿Se lo merecen?
R. No, cuando de ese modo ponen en peligro incluso la estabilidad de su banco. Si en la década previa a la crisis los principales banqueros de Londres hubieran ingresado en una cuenta el 10% de sus ganancias, dicha cuenta ascendería ahora a 50.000 millones de libras. Esa es exactamente la suma que el contribuyente británico tuvo que adelantar para salvar a la banca.
P. ¿Considera justificada la aplicación de un impuesto adicional a la banca?
R. Creo que no podemos seguir como hasta ahora, que el sistema financiero impone enormes riesgos a la economía mundial y a los particulares. Si Alemania, Francia, el Reino Unido y EE UU se ponen de acuerdo, pronto podría haber un impuesto a la banca de este tipo. Otros centros financieros podrían sumarse más adelante a su aplicación.
P. ¡Qué buenos deseos!
R. Los políticos deberían tomar la iniciativa. Las perspectivas, en principio, no parecen malas. El Congreso de EE UU ha debatido el asunto. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, preside ahora el G-20. La canciller Merkel tiene una habilidad especial para conseguir apoyo en todo el mundo para proyectos de gran calado. Sin embargo, necesitamos más que un simple impuesto. Nos hace falta una autoridad supervisora mundial para las instituciones financieras.
P. Conseguir eso sería aún más difícil.
R. Sí, pero, por otra parte, todo el mundo ha entendido ya que los bancos pueden generar riesgos muy importantes. Para dominarlos tenemos que seguir adelante. Ya no basta con debatir sobre el futuro de las instituciones financieras en el nivel nacional. Si nos limitamos a eso, acabaremos teniendo una normativa británica, otra alemana y otra estadounidense... y con bancos que manipulan a unos países para enfrentarlos a otros.
P. ¿No es eso la globalización?
R. Estamos ante una encrucijada histórica. Del mismo modo que la industrialización del siglo XIX condujo a la sustitución de las instituciones locales por las nacionales, ahora nos encontramos que, como consecuencia de la globalización, es necesario que las instituciones globales ocupen el lugar de las nacionales. Tenemos que pensar y actuar de forma global. Si no lo conseguimos, no resolveremos nuestros problemas: ni los que tenemos con los bancos, ni los del medio ambiente, ni los que plantean el terrorismo internacional o la seguridad.
Traducción de Jesús Albores. © Der Spiegel.
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