Ali, el héroe accidental de España
- "¿Hooligans? Bueno, empezemos por los presidentes de los clubes".
-Brian Clough, legendario entrenador inglés.
La tormenta revolucionaria se extiende por el antiguo califato. Ya han caído dos tiranías. ¿Cuál será la siguiente?
Santander y Madrid fueron las primeras en exiliar al hipócrita régimen, represor ancestral de la libertad de expresión. El detonador fue un hombre llamado Ali, Ahsan Ali Syed, el joven rebelde cuya llegada a tierras hispanas ha oxigenado el mustio institucionalismo futbolero, empezando por el antiguo club del que se acaba de apropiar, el Racing de Santander. Su espíritu renovador ha contagiado a aquel bastión de conservadurismo español, el faraónico Real Madrid. Florentino Pérez, presidente del club más grande del siglo XX, ha sucumbido a la ola Ali del siglo XXI.
El estreñimiento emocional en la Liga contrasta con la espontaneidad en los palcos de Inglaterra
Como todo acto de rebeldía, el de Ali partió de una cierta ingenuidad. Al no conocer los límites, se los saltó. Como el niño que no solo vio, sino que declaró en voz alta que el emperador estaba desnudo, su naturalidad cambió todo y para siempre. Ocurrió hace dos semanas cuando el Racing marcó el gol definitivo en su victoria por 3-2 sobre el Sevilla. Ali hizo lo impensable en un palco presidencial español: dio rienda suelta a sus emociones; gritó, chilló, alzó los puños, saltó. Se comportó como cualquier forofo a pie; se comportó como un ser humano.
Esto, para los defensores del viejo régimen, fue inadmisible. ¡Qué escándalo! clamaron los señores de traje y corbata, los únicos que van a un partido de fútbol vestidos así. ¡Qué falta de respeto hacia el presidente del club rival, sentado ahí a su lado en el altar de los altares, el palco VIP! ¡Qué mala educación!
No. La verdad es otra. Qué mezquinas que son estas reacciones. Qué hipócritas. Florentino Pérez lo entendió. Apenas 10 días después de la sublevación de Ali, el tiempo que -en otro contexto- tardó el contagio revolucionario en pasar de Túnez a Egipto, Pérez se liberó de sus cadenas, entendió que esto no era ópera, y celebró, de pie y con un grito que le salió del alma, el gol de Benzema el magrebí contra el Olympique de Lyon, en el palco francés.
¿Quién será el siguiente en imitar el ejemplo de estos dos valientes? ¿Sandro Rosell, el presidente del Barcelona? Al pobre hombre se lo vio la semana pasada en televisión conteniendo las ganas de explotar ante la injusticia de un penalti contra Leo Messi que el árbitro eligió no ver. Y cuando, a los pocos minutos, el propio Messi marcó el gol de la victoria, se siguió conteniendo, tan frío como si de una partida de póquer se tratase.
Terrible el estreñimiento emocional que vive el hombre, como el que vivió Florentino durante tantos años hasta la noche de su desahogo francés. Porque la verdad es que no hay en el Madrid forofo más forofo que su presidente; no hay en el Barça forofo más forofo que Sandro. ¡Qué injusticia que ellos, como Del Nido en el Sevilla o Lendoiro en el Depor o todos los demás, se vean obligados a someter su humanidad a la dictadura de antiguos protocolos!
Esto solo ocurre en España. En Inglaterra, como en el resto de Europa, los presidentes de los clubes, sean estos jeques árabes o dueños de compañías cerveceras, se comportan en los campos con absoluta espontaneidad. Hay algunos que tiene la honestidad de ir a los partidos vistiendo las camisetas de sus equipos.
España is different, en este caso, debido a la reverencia feudal que se sigue teniendo aquí hacia la figura del presidente, trátese de un club de fútbol, de una fábrica de chocolatinas, o de un gobierno regional. Los presidentes se ven, a su vez, obligados a comportarse con la pomposa serenidad de reyes medievales. Los que defienden el statu quo no se dan cuenta, parece, de lo cutre, pasada de rosca y antidemocrática que es esta forma de ser. Pues que espabilen, como lo ha hecho Florentino, siguiendo el ejemplo del héroe accidental, Ali. Porque esto podría inspirar una revolución incluso más grande; podría hacer que las gradas espabilen también. Si el Madrid y el Barça tuvieran en el Bernabéu y en el Camp Nou el apoyo que reciben los jugadores del Arsenal o el Liverpool en sus campos, el fútbol español, ya de por sí el mejor, sería imparable en todas las competiciones.
Porque esto, señores, como bien entiende Míster Ali, no es ni opera, ni póker, ni ballet. Esto es fútbol, ¡bendito sea Alá!
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