El esplendor de Caaveiro
Concluye la recuperación del monasterio de las Fragas do Eume
Volverán muy pronto a redoblar San Pío y San Gumersindo desde el campanario barroco del ancestral monasterio de San Xoán de Caaveiro, en el corazón de las frondosas Fragas do Eume. Las dos pequeñas campanas de bronce del siglo XVIII con nombres sagrados languidecían desde hace décadas en el teleclub que hacía las veces de capilla de la parroquia de Sande, en A Capela (A Coruña). Recién localizadas, regresarán en cuestión de días a su lugar de origen. Es el último toque pendiente de la laboriosa y difícil restauración del singular cenobio enclavado en un paradisiaco paraje que ayer dio por formalmente concluida la Diputación coruñesa.
Más de 10 años y 2,3 millones de euros le costó a la institución provincial recuperar Caaveiro de la ruina. Y si la secular historia de un monasterio que nació el año 936 de una ermita para anacoretas deseosos de soledad y reclusión total da para muchos tomos de relatos documentados y leyendas asentadas, no menos rocambolesca resultan las cuatro décadas que llevó a los poderes públicos reconquistar y poner al alcance de todos este patrimonio.
La recuperación del monumento costó más de una década y 2,3 millones
La Diputación adquirió los 90.000 metros cuadrados tras años de litigios
"No es un monasterio arquitectónicamente de primera línea, pero sí con una cualidad única: el lugar sin igual en el que está", destacaba ayer la arquitecta Isabel Aguirre, quien, junto a Celestino García Braña, emprendió en 1999, tras ganar un concurso de ideas, los trabajos de "lenta" rehabilitación de un conjunto monumental, asentado "como si de un nido de águila se tratase" sobre unas rocas a 60 metros de altura del anillo en el que confluyen los ríos Senín y Eume. Son en total 90.000 metros cuadrados, hoy propiedad de la Diputación, en medio de un Parque Natural considerado como el bosque atlántico mejor conservado de Europa.
Ir hasta Caaveiro es hoy como ir de safari. El conjunto monumental incluye el que fue durante siglos su único acceso, un camino medieval de tres kilómetros que solo se puede recorrer a pie, bordeando el río, desde A Capela. Durante años, recordaba ayer su alcalde, Ángel López Sueiro, los vecinos de este pequeño municipio con hoy apenas 1.400 habitantes organizaban comidas campestres para reivindicar la recuperación de su patrimonio más preciado.
Franco hizo construir una sinuosa carretera de ocho kilómetros desde Pontedeume hasta casi el alto de Caaveiro para cubrir exclusivamente sus ansias de pesca fluvial en la frondosidad del Eume. Del monasterio, que se sepa, nunca se acordó. Fue empeño de la Diputación, y dos días antes de morir el dictador, se publicó la orden ministerial que declaraba el monasterio monumento artístico de interés provincial. Pero el cenobio, que la leyenda sin acreditar atribuye a San Rosendo y que llevaba siglos sin monje alguno, estaba sumido en el más absoluto abandono después de que el último casero entregara en 1960 las llaves a los descendientes de Pío García Espinosa.
A este abogado, afincado en Pontedeume y aficionado a la caza, se le debe la primera recuperación y reconstrucción de Caaveiro, que recobró su esplendor, aunque reconvertido para usos de estancias veraniegas, en 1896. En 1979, una carta del entonces alcalde de Pontedeume y diputado provincial, Celestino Sardiña, encendió todas las alarmas: el monumento estaba a punto de desaparecer "piedra a piedra por robo o vandalismo dada la soledad".
Al año siguiente, la Diputación iniciaría los trámites para su expropiación forzosa. Costó otra década superar todos los litigios emprendidos por los herederos, quienes, pese al estado ruinoso de la propiedad, lograron cobrar unos 700.000 euros. Las peripecias fueron miles para, una vez comprado, iniciar la restauración del conjunto. "Hubo momentos de decaimiento y abandono, complicaciones, infinidad de trabas burocráticas y atrasos inesperados", recordaba ayer el presidente de la Diputación, Salvador Fernández Moreda. "Incluso hubo quien consideraba que Caaveiro se conservaría mejor reducido a su ruinoso estado".
Moreda había anunciado hace ya dos años y medio el fin de una restauración que los arquitectos cuidaron en compaginar con un extremo respeto con la naturaleza del entorno. "Fuimos descubriendo las posibilidades de recuperación piedra a piedra", destacó Aguirre.
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