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Columna
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Preparados para perder

Esperanza Aguirre se permite bromas sobre su candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid, con más humor y menos ambición planetaria de respaldo que su inefable compañero, Francisco Camps, al que apoyan al parecer incluso en China, pero con igual certeza de que las urnas van a revalidarla. Las encuestas fomentan esas y otras certidumbres hasta tal punto que el madrileño llega a pensar que no tiene ya nada que decidir.

Lastran las encuestas la emoción a los comicios y desmotivan a los candidatos de la derecha, la izquierda y sus extremos; el centro es un limbo que acoge a cualquiera. Pero las encuestas, a las que no falta la confianza de nadie al parecer, desmotivan no solo a los que abrigan la seguridad de perder y a los que están convencidos de que van a ganar, sino a los que tendremos que decidir con un voto que se da por hecho. En cualquier caso, ni unos ni otros candidatos tendrían que dar por hecho lo que se dé por hecho: a veces las encuestas fallan. Y a los virtuales perdedores y ganadores les conviene además creer en la propia victoria como un irrenunciable acto de confianza en ellos mismos si quieren infundir alguna esperanza en los otros. Les vendrá bien simular, pues, la ilusión por ahora desterrada de la democracia en deterioro. Los más ilusionados son, sin embargo, los más obscenos: aquellos que confían en estos augurios para predecir que los votos los van a absolver de sus pecados muy mortales por llamar así a la inmundicia de la gran corrupción que nos invade. Ahora bien, gran responsabilidad moral la de los electores indulgentes, sobre todo si después de votar han de ir a misa. Y no menos la de los que se dejan arrastrar por las encuestas o animan las encuestas desde su pusilanimidad: no encontrar a quien merezca un voto a favor ni un voto en contra constituye una desgracia.

Uno no va a las urnas a elegir una oposición. Pero esta es tan necesaria como un buen Gobierno

Pero en los partidos, cuyas casas no son precisamente recintos de la concordia ni la discreción, se produce una tensión previa a las propias de la campaña. Y no siempre porque la ansiedad de servicio que lleva a las almas nobles a la política produzca desajustes en esas almas nobilísimas. También porque, como en todas las familias, la bonanza une mucho y el barrunto de la adversidad lleva al choque. En tal situación, si los de la ganancia asegurada buscan abrirse paso a codazos en busca de puesto seguro, pero sin sublevarse del todo, los que ven venir las pérdidas acuden a salvarse entre las ruinas sin escatimar un guirigay. Es natural que crezcan en el infortunio los demonios familiares, y que unos y otros busquen las compañías que convienen a sus objetivos. Lo más incómodo para el ciudadano es la percepción del tiempo que ocupan los partidos en sí mismos porque es indudable la desproporción existente entre el esfuerzo empleado por algunos de sus miembros para encontrar puesto seguro y el sudor que derraman para servirnos una vez están colocados.

Uno va a las urnas a elegir un buen Gobierno, no una oposición; la oposición resultante es pura consecuencia. Pero que sea tan necesaria una buena oposición como un buen Gobierno nos lleva a dudar de que aquellos que se preparan para perder -políticos profesionales de la oposición que pretenden asegurarse un empleo- posean el vigor necesario para controlar a los que nos gobiernen con la eficacia que lo debe hacer una oposición que se quiera verdadera alternativa. Porque no hay que perder de vista al ambicioso que busca en la política un sueldo y aspira en silencio a su segura poltrona en la oposición. Hay que vigilar a esos que siempre están preparados para perder, es decir, para ganar ellos (los que dan primacía al pragmatismo de su colocación frente a la ingenuidad del ilusionado votante) y que pierdan quienes les han dado empleo con su voto. Eso tan redicho de que en la oposición hace frío no debe ser cierto para quienes se abrigan en ella, pero ojo a los nuevos mecanismos de desgaste de Gobiernos y oposiciones, que esos sí pueden cambiar las encuestas de la noche a la mañana con inesperados resultados para unos, para otros y para todos. Claro que no merecen mayor confianza los que encabezando una lista para ganar -aviso para navegantes- regresan a sus negocios o a sus clases después de una derrota y dejan a otros la lucha de la oposición en un si te vi no me acuerdo.

Claro que, ahora que los gobernantes no ganan para asombros, a los partidos políticos no les pasará inadvertido que las redes sociales no son solo unos nuevos mecanismos de propaganda para servirles, sino unos poderosos instrumentos de participación ciudadana. Lo mismo en los países remotos que en Carabanchel. O dicho de otro modo: que la oscuridad está más perseguida que antes y es ahora mayor la vigilancia.

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