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Columna
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Paz vasca

Manuel Rivas

Hay otra realidad vasca, a veces hurtada adrede, y que es justo desvendar. La de la re-existencia frente a la violencia y los discursos del odio. Así, convendría saber que la tasa de paro es inferior a la mitad de la media española. Que la economía no se envenenó por la adicción al ladrillo. Que los custodios de las kutxas no perdieron la cabeza. Que el cooperativismo de Mondragón ha sabido innovarse. Que hay ingenio industrial para ser vanguardia exportadora. Que el quiosco es algo más plural que en otras plazas. Que la prensa conservadora local atiende la inteligencia de sus lectores y no les substrae información básica. Que los Gobiernos de coalición pueden ser soluciones y no fatalidades. Que el urbanismo se aproxima a la utopía de ciudad-jardín, con un transporte público modélico. Que caminar por las ciudades vascas es un ejercicio poético más interesante que subir al monte. Que hay en emergencia artes y literatura libres de casticismo y que abrazan la insurgencia del no dominar. Esa elocuencia inversa, tenaz, laboriosa y fértil, es la que de verdad ha desarmado el lenguaje oxidado del terror. Consciente o inconscientemente, quienes han elegido Sortu (Nacer) para nombrar su alternativa, expresan un desplazamiento ojalá irreversible en la psicogeografía vasca: abandonar los dominios cautivos de Tánatos. De ser abertzale, serlo de Eros. ¿Por qué es tan importante el lenguaje, el término "condenar" en este caso? Porque la relación que establecemos con los muertos refleja la manera de relacionarnos con los vivos. Condenar la muerte, el crimen como arma política, eso es de verdad nacer. Muchos que lo entienden de forma meridiana respecto de los crímenes de ETA no se muestran, sin embargo, tan esclarecidos cuando se trata del holocausto español causado por una dictadura fascista e impune. La historia, sí, ha sido cruel. Pero nos ha dejado, pese a todo, el arco de Pau Casals para compartir una inexplicable esperanza.

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