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Columna
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Campañas sucias, pecados limpios

El arte de una campaña sucia (dirty campaign) es que sea así, sucia, con mentiras o medias verdades que deterioren la imagen del candidato y/o del partido adverso, y que encima convenzan a la gente de que el sucio es el adversario, víctima vapuleada de esa basura electoral. "El espionaje es parte de la campaña sucia del PSOE para no perder las elecciones", declaró una alcaldesa manchega sobre las declaraciones previas de la señora Cospedal (detectives privados de los socialistas espiando al PP), una especialista en estas cosas, y todo ello cuando se empezó a saber que no había detectives ni nada parecido espiando a su partido y sí, al parecer, una confrontación laboral-personal entre un funcionario municipal y un alcalde del PP. Cuando te pillan en la mentira, como ocurrió en este caso, la reacción es magistral: la culpa es suya, de los afectados por la mentira. Esa culpa se difunde rápida y eficazmente por todos los medios, y tiene muy mala respuesta: la gente, en los momentos de alta desafección política, como ahora, tiende a creer todos los mensajes negativos y/o sucios. De ahí que la tentación de hacer esa clase de campañas sea muy alta. La desafección política lo permite todo, pues se trata de corroborar que los políticos y los partidos son unos corruptos absolutos, y si esa percepción se dirige en exclusiva a un partido, miel sobre hojuelas, que dicen por aquí donde escribo estas líneas

En los momentos de desafección política, como ahora, la gente tiende a creer los mensajes negativos

Hay estrategias sucias que están muy bien usadas para causar el máximo daño en el momento preciso y sin apenas tiempo de reacción de los partidos afectados, como fue el caso del anterior Gobierno gallego, en el que los señores Touriño y Quintana recibieron el impacto de una dirty campaign en la que episodios normales fueron transformados, con gran habilidad, en episodios próximos a una vida de despilfarro, lujo y corrupción masiva. Aquello afectó a votantes de izquierda, que son los más moralistas, como es sabido, y les quitó voto a última hora a los partidos que formaban aquel Gobiernora, el suficiente para perder también aquellas elecciones por un diputado.

En la medida en que el votante de izquierda tiende a sustituir el juicio externo de la Iglesia por el autojuicio y el juicio social, tiende también a situarse ante sus grupos primarios (familia, amigos...) o en soledad, ante sí mismo, frente a dilemas morales que nadie le ayuda a resolver. Es un votante torturado por sí mismo y sus circunstancias al que yo llamé en su momento "votante exquisito" (no creo que sea mía esta expresión), lo que produjo el enfado explícito de algún abstencionista en aquellas elecciones autonómicas. No es el caso del votante de derecha que, en general, con las excepciones de rigor, somete sus actos al juicio superior de la Iglesia bajo la forma de conciencia moral propia, Iglesia que nunca fue suficientemente clara o precisa en la relación fines/medios y tiende a perdonar los pecadillos si el fin es bueno. La fidelidad del voto a su partido en ese lado derecho de la política siempre es alta, salvo raras excepciones. No hay remordimientos. No ocurre igual por la banda de allá (pola banda dalá, que decimos en Galicia).

Lo dramático de todo esto es que si alguien comienza una campaña de esta especie, sus adversarios no tienen más remedio que contestar, porque el silencio incrementa y profundiza el impacto de la campaña sucia. De este modo, si un partido hace priming (preparación o imprimación), que es algo así como marcar el tono de la campaña en formas y temas (o solo en formas o solo en temas), la campaña será como ese priming: sucia, si el priming va por ahí. Pero quizá también hay formas eficientes de contestar a la campaña sucia sin caer en la suciedad y sin entrar en esas formas y en esos temas que el adversario trata de disparar contra ti.

Las elecciones municipales van a ser una importante cala en la realidad política local con alguna proyección sobre el ámbito general del conjunto del Reino y sobre las mismas elecciones autonómicas, aunque cada nivel tiene su propia dinámica y da sustos y alegrías específicos. Pero siempre hay indicaciones de conducta electoral en los demás niveles. Lo vamos viendo.

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