"El aburrimiento no se perdona"
El arte de la magia celebra un festival internacional en el Teatro Circo Price
Mientras habla manipula constantemente un mazo de cartas: lo baraja, corta, saca una, le da la vuelta, las vuelve y revuelve a mezclar. Mientras uno le escucha no puede evitar tener un ojo puesto en sus hábiles manos por si ocurre algún prodigio, aunque sea por casualidad: con la magia nunca se sabe. "Siempre ha sido un arte minoritario que no se sirve en grandes cucharadas. También ese es el encanto, si estuviera por todas partes no sería especial. Tratamos de que ocupe un lugar en la cultura, que se considere un arte escénico. Durante mucho tiempo, en España la magia se tomaba como un espectáculo para niños, pero no es solo eso. Ahora tenemos un lugar de excepción para mostrarlo, el Teatro Circo Price". El mago Jorge Blass (Madrid, 1980) es el director del Festival Internacional de Magia que se celebra, desde ayer y hasta el próximo domingo, en el citado espacio. Dentro de sus paredes sucederá lo imposible.
Blass inició su carrera tras ver una actuación televisada de Juan Tamariz
Con 12 años ya formaba parte de la Sociedad Española de Ilusionistas
"Es mucho más fácil ilusionar a un adulto que a un niño"
Para este primer festival internacional, Blass ha seleccionado a la vanguardia de esta disciplina, los mejores. El ilusionista Kevin James cortará a algún incauto en dos con una motosierra; Jerome Murat creará una estatua bicéfala que cobrará vida en una fusión de magia y mimo; Tina Lenert desarrollará su magia teatralizada y Juan Esteban Varela su sorprendente magia para ciegos, etcétera. "No será la típica magia de conejos y chisteras, sino la magia del siglo XXI", matiza Blass.
A mediados de los años ochenta, un niño vio en el programa televisivo Magia potagia, de Juan Tamariz, a un mago que rompía una carta en pedazos para luego, abracadabra, recomponerla como si nada hubiera pasado. Corrió al cajón, cogió la baraja de su padre y la destrozó, carta por carta. Pensaba que recomponerla era posible. Ese niño era Jorge Blass, que ahora nos recibe en su amplio y luminoso espacio de ensayo y sede de su productora, 7 Rojo (su número y su color favoritos), rodeado de extraños artefactos: una cápsula de humo en la que desaparece la gente, un teatrillo de feria, un naranjo autómata, antiguos pósteres del mago Houdini, máscaras venecianas, conejos de pega, y muchos, muchos naipes. "Siempre es mucho más fácil ilusionar a un adulto que a un niño. La magia se basa en el engaño psicológico, convencer a la mente del espectador de que ha visto algo, desviar la atención... En el adulto eso es muy sencillo, conoce perfectamente el efecto de determinada acción, sabemos cómo razona, aprendemos a engañarle... Con los niños, muchas veces es difícil captar su atención. Razonan de un modo más espontáneo, impredecible", explica Blass. "Nuestra misión es convencer a todos, incluso a los escépticos. El buen mago tiene que dejar flipado a todo el mundo. El objetivo es crear la atmósfera mágica, ese momento en el que ya no importa el truco, y el espectador se deja llevar y alucina y disfruta sin preocuparse por la explicación".
Desde el día que rompió la baraja de su padre, Blass ha hecho de todo en este mundillo: fue el miembro más joven de la Sociedad Española de Ilusionismo con 12 años; a los 15 ya actuaba cada noche en la madrileña Sala Houdini; y ha ganado premios. También ha hecho mucha televisión. Además, por si fuera poco, practica la solidaridad en la Fundación Abracadabra con niños hospitalizados o discapacitados. ¿Cómo le da tiempo a todo? "Bueno, basta con hacer un poco de magia", bromea.
Pero, ojo, la cosa también tiene sus peligros. "Una vez, en una convención de magos en Holanda, haciendo un truco con fuego, casi quemo el escenario", cuenta divertido. "Tuvo que salir un bombero de entre bambalinas y bajaron inmediatamente el telón. ¡Vaya fallo! Otra vez, haciendo magia en la calle para la televisión, le pedí un anillo a una transeúnte y lo hice desaparecer. Una señora que pasaba por allí no se dio cuenta de que estábamos grabando, no vio la cámara, y al verme escamotear el anillo empezó a gritar 'ladrón, ladrón'. Tuvo que venir un policía y tuvimos que explicarle que era un juego. Pero el mayor peligro es perder las maletas en los aviones. Tengo un gran problema con eso: me ha pasado como 15 veces en los últimos dos años. Luego llego al lugar en el extranjero, Lisboa o México, por ejemplo, y tengo que improvisar un show comprando una baraja por ahí, una cuerda por allá...".
Debe de ser duro fallar en el escenario. "Bueno, hay que aprender de los errores. Además siempre tenemos un plan B por si fallamos, aunque hay veces que te pillan irremediablemente. Lo mejor entonces es tomárselo con naturalidad. El público perdona los errores, lo que no perdona es el aburrimiento".
Entonces, ¿existe la magia? "Estoy convencido de que sí y de que está más cerca de lo que parece. La cuestión es descubrirla. Eso es lo que reivindicamos y el festival es una magnífica ocasión para hacerlo. Todos los que asistan van a salir convencidos de que la magia existe".
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