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Reportaje:

El espejo más duro de la crisis

Los asentamientos de inmigrantes proliferan en la Comunidad por la recesión

Su familia aprovechó una de las pocas paredes que sigue en pie de un edificio sin techo para cubrirlo y acondicionarlo como hogar. En la puerta, Desi sonríe mientras habla de las estrecheces con las que vive. Tiene 18 años y tras convivir alquilada con su novio en otro municipio de La Vega Baja, tuvo que trasladarse a "casa" de sus padres porque la crisis les ha dejado sin empleo. Su novio quiere ir a trabajar a Alemania, pero ella prefiere quedarse: "El clima bien y las personas elegantes", explica en un castellano precario.

Desi es búlgara y reside en un asentamiento de inmigrantes de La Vega Baja. Estas comunidades improvisadas han crecido en población y en número debido a la crisis. Unas ya existían, otras son nuevas. Son los colectivos más vulnerables. Cruz Roja empezó a trabajar con esta realidad hace dos años a raíz de que las asambleas locales informaran "de la proliferación de este tipo de asentamientos", explica Miguel Ángel Rodríguez, coordinador en Alicante.

"Con la chatarra se gana solo para comida", lamenta un padre de familia

El año pasado la ONG trabajó con 30 asentamientos de inmigrantes de distintas nacionalidades en zonas rurales y urbanas de la Comunidad. Solo en La Vega Baja atiende a 126 personas en una decena de zonas. Pero este trabajo está en sus inicios. Cruz Roja prepara un mapa autonómico de asentamientos y un proyecto de intervención global.

El perfil mayoritario es el de un hombre de 26 y 46 años con algún problema de salud por falta de higiene o adicción, pero en los asentamientos también hay mujeres y niños. Donde vive Desi, de hecho, existen distintos edificios medio derruidos y viejas naves de uso agrario donde conviven pobladores antiguos y otros recientes, muchos de ellos familias con menores. En total, alrededor de 30 personas.

Entre los más veteranos está Frikri, también búlgaro, que vive en España desde hace ocho años. Tras trabajar en la obra sin contrato, ahora logra su sustento con la chatarra. Un día puede ganar 50 euros, "otro no sacas nada". "Hay mucha gente de todas las nacionalidades que busca chatarra", agrega para marcar la diferencia entre antes y después de la crisis.

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Frikri vive en una antigua nave agraria que encontró con unos amigos llena de basura. Ahora hay habitaciones separadas y la zona común tiene salón con televisor, cocina y una estufa de leña que a media mañana aísla perfectamente del frío de febrero. La humildad no está reñida con la pulcritud en este espacio. Sigue pensando que en España hay más oportunidades.

Otros están a punto de rendirse. En un segundo asentamiento ubicado a unos minutos en coche, Yanko, su mujer y sus dos hijos de corta edad parecen decididos a volver a Bulgaria donde está su familia. Mientras Yanko trabajó en la construcción vivió alquilado en un pueblo vecino, pero perdió su empleo y la familia tuvo que trasladarse a la casa abandonada y destartalada en la que reciben a los voluntarios de Cruz Roja y que comparten con otros inquilinos. "Con la chatarra se puede ganar solo para comida", explica.

Blanca, que junto con Paco y Gabriel visita esa mañana los asentamientos, explica que a estos puntos ha llegado en los últimos tiempos más gente "y hay más necesidad". "Estamos aprendiendo ahora de la realidad y falta experiencia de trabajo", aporta Rodríguez.

El coordinador de Cruz Roja distingue entre dos tipos de asentamientos: los verticales (tipo pisos patera) y los horizontales, entre los que hay rurales, más vinculados al sector agrario y a varones argelinos o marroquíes, y otros cerca o en los núcleos urbanos. La población es principalmente inmigrante. Cruz Roja trabaja en dos líneas: la primera es la atención básica y después se persigue la normalización.

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