Asilo político
Quienes publicamos en prensa solemos escribir para lamentarnos, para criticar, para reprobar ciertas mañas y artimañas de las autoridades. El abuso es una tentación. ¿Sirve de algo la actividad periodística? Lo habitual es que los reproches de un columnista o de un reportero no remuevan ni conmuevan al censurado. Lo normal es aguantar el chaparrón, que aquí en Valencia no suele pasar de pequeño chubasco. O, por decirlo de otra manera, lo corriente es esperar a que escampe: total, son pocos los que se mojan. Si la denuncia pública no acaba en los tribunales, lo que toca es soportar con estoicismo o con cinismo la reprimenda de los diarios.
Y, sin embargo, la prensa está para esto: para importunar a los poderosos, para reprender a quienes presuntamente abusan de sus atribuciones, de sus responsabilidades. Ustedes me perdonarán la vulgaridad, pero el columnista no es más que un pepito grillo o una mosca cojonera. Vamos, insectos.
Eso, que somos unos bichos, es lo que pensarán los responsables o favorecidos de ciertas operaciones lucrativas de las que, días atrás, informábamos en estas mismas páginas. En efecto, un periodista y dos colaboradores de este diario señalábamos que la Generalitat y el arzobispado contravienen las cláusulas fundacionales de los dos asilos para niños pobres que se erigieron en la Valencia del siglo XIX: el de José Campo y el de Juan B. Romero. Lo hacen con el silencio del Ayuntamiento. En las escrituras notariales se indica para qué debían servir dichos hospicios: para acogimiento. Ahora son sede de una universidad de pago: la Católica. Por tanto, si ambas instituciones se destinan a otras funciones, entonces las autoridades incumplen la caridad de los fundadores. Como reza el tópico, se estarán removiendo en sus tumbas. Gracias a dicha inobservancia, hay distintos beneficiarios políticos: entre otros, esa Universidad Católica, que así puede usar ambos espacios como si en Valencia ya no hubiera párvulos o huérfanos pobres.
Oigan: que no inventamos nada. Los documentos originales existen y esas cláusulas tienen una prosa categórica. ¿Ustedes creen que la acusación servirá de algo? Permítanme mostrar mi escepticismo y hasta mi desánimo. Como decía antes, revelaciones de esa índole no remueven ni conmueven a los favorecidos. Uno critica y otros, quienes leen, muestran su acuerdo o su desacuerdo. ¿Y los aludidos, esas autoridades civiles y religiosas tan campanudas? Salvo que un juez las chinche, la norma es aguantar estas picaduras, que son leves, sin hinchazón. No hay condena eterna, ni Hades, ni hay restitución. ¿Y los demás? Ay, los demás -periodistas, articulistas o peatones- pediremos asilo: no vaya a ser que nos manden al infierno o que nos aplasten con el matamoscas.
http://justoserna.wordpress.com
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