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Columna
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China frente al mundo

Hace pocos días se supo que China lograría ser la primera potencia económica mundial antes de 2020. La economía china está respaldada por varios pilares. De entrada, el PIB ha crecido un 10,3% el pasado año, por encima de las previsiones, demostrando una gran resistencia a la recesión global. Sus exportaciones crecieron el 31,3% y se situaron en 1,58 billones de dólares. Y posee más de dos billones de euros en reservas, lo que le confiere una enorme confianza.

Sus políticas económicas se basan en una muy potente corriente exportadora debido, entre otras razones, a su elevado número de horas trabajadas y a los bajos salarios. En términos de crecimiento por sectores, las actividades primarias aportaron un valor añadido del 4,3%, la industria avanzó un 12,2% y los servicios crecieron un 9,5%. También se caracteriza por sus fuertes controles de entrada y salida de capitales. A esto hay que unirle que su moneda (el yuan o renminbi) está fuertemente infravalorada (entre 20% y un 40% dicen los analistas) lo que permite afrontar nuevas y amplias posibilidades en lo tocante a su posicionamiento externo.

EE UU y UE admitieron la especulación y la guerra de divisas, y ahora piden controles a los demás

Sus actuaciones económicas están siendo fuertemente criticadas por desatar tensiones en el mercado de divisas. Es lo que Georges Soros denomina la "desalineación de las divisas". La base de las mencionadas quejas se refiere a que China, al mantener un tipo de cambio débil, ve favorecida sus exportaciones y acumula un abundante superávit comercial que debilita la fortaleza de las restantes monedas y economías.

EE UU y la UE llaman la atención del modelo económico basado en la exportación, en el ahorro interno y en la acumulación de reservas, ya que transmite a las economías desarrolladas un relevante desequilibrio comercial que, a su vez, está contribuyendo a retardar la recuperación. No está de más insistir en que dentro de los mercados de divisas es donde las políticas y los sistemas económicos distintos se relacionan, se influyen mutuamente y chocan de modo frontal.

Analizando el panorama económico, financiero y comercial podemos distinguir cuatro subdivisiones para poder entender las guerras económicas entre países: a) Países ricos contra países ricos, en la medida que algunos inyectan mayor liquidez a su economía y se ven abocados a terminar haciendo lo mismo que los países pobres, devaluar; b) países pobres contra países pobres; en este caso, ambos se ven obligados a competir por los mercados y, en esa carrera olímpica por devaluar, se imponen controles ante las llegadas masivas de capital, que pueden llegar a convertirse en nuevas burbujas; c) países ricos contra países pobres; se observa cómo aumentan las presiones para que los pobres reevalúen y pierdan ventajas comerciales; y d) países pobres contra países ricos; ante este supuesto, los primeros elevan los controles de capital para mantener situaciones ventajosa.

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La guerra de divisas y comercial está servida. El FMI advierte de lo cruento de la batalla. Economistas como Paul Krugman aconsejan al presidente estadounidense actuar de manera contundente, impidiendo que los chinos adquieran bonos del tesoro americano o que impongan controles de capital a China. Incluso llega a solicitar que se adopten medias proteccionistas contra productos chinos. O sea, sus cuerpos y cabezas piden represalias.

China, por su parte, conocedora de su posición, no cede y el propio primer ministro, Wen Jiabao, comenta que "una apreciación rápida de su moneda provocaría el cierre de fábricas y los obreros tendrían que volver al campo; habría, asimismo, desórdenes sociales y no sería positivo para el mundo que China sufriera".

El riesgo es elevado. Los círculos viciosos se alimentan con estas situaciones desequilibrantes. Esto es, si llegáramos a decidir una cadena de devaluaciones competitivas, si se llegaran a imponer severos controles a la circulación de capital y si se llegara a apostar por medidas proteccionistas, está claro que la economía mundial entraría en una fase depresiva de un calibre nunca visto. Hay, pues, que estudiar y analizar otro tipo de iniciativas.

Las respuestas del G-7, del G-20, de Estados Unidos y de la UE deben tomar buena nota. Fueron ellos quienes admitieron el mercado especulativo, el casino financiero y la guerra de las divisas. Tienen ahora la ocasión de regularlo y de evitar los controles que ellos ven en espacios ajenos. Cuando lo hagan estarán más legitimados para pedir al resto actuaciones de coordinación y de apoyo recíproco. China, por su parte, también debe ser consciente que para ser aceptada como número uno mundial, debe estar en condiciones de promover un proceso de cooperación internacional que, estando a la altura de sus nuevas responsabilidades, desahogue la situación actual y, al tiempo, permita reducir su superávit comercial y aprecie levemente el renminbi.

De esta manera, podríamos eliminar las turbulencias y trastornos económicos.

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