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Columna
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Brindar con un alma

Sí, se puede brindar con un alma. Yo lo hice ayer, junto a Olga, Carlos y Jesús, mis compañeros de tribulaciones hace ocho años. Para convocar un alma se necesita silencio, discreción, y mucho amor por alguien. No hace falta rezar, no es necesario ni hablar. Ayer, en la habitación 1403 del Hotel Palestina, en cuanto se retiró la comisión judicial del juez Santiago Pedraz, en cuanto se alejaron los geos de la Embajada, los policías iraquíes y nuestros colegas periodistas que cubrían la información, derramé en el suelo, en el mismo lugar donde recogí el cuerpo malherido de Couso, un chorro de whisky Dimple 15 años, su favorito. Y mientras los cuatro compartíamos esa botella a morro, como hacíamos él y yo en las largas noches de bombardeos en esa misma habitación, Jose se presentó. Con su sonrisa, con su infinita bondad, con su humor gallego, para decirnos que estábamos más mayores, más calvos, más canosos... Para susurrarnos que nunca esperó que un magistrado de la Audiencia Nacional fuera a ir a su lugar de trabajo y muerte para investigar su asesinato. Pero sobre todo, me pareció entenderle, para darnos las gracias por no olvidarle.

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Seguramente, su alma socarrona no se había ido del todo cuando bajábamos desde la planta 14 del hotel y el ascensor se paró entre el primer y el segundo piso. Como sucedía en el año 2003 casi a diario. "Hay cosas que no cambian", pensé. Pero supongo que era simplemente otro guiño del bueno de Couso, que liberó el ascensor y a todos nosotros después de diez angustiosos minutos.

¿Servirá de algo? La cara de un juez puede ser inexpresiva cuando está de diligencias, y Pedraz es un profesional. "Ha sido duro, ¿verdad, Jon?", me ha dicho nada más acabar la inspección ocular de la habitación. Bueno, digamos que hacía mucho que no se me hacía un nudo en el estómago, le he respondido. Después le hemos acompañado al puente de la República, desde donde disparó el tanque. No podía salir todo bien, porque siempre aparece el factor iraquí: la improvisación, la querencia por el barullo, los egos entre ejército y policía, la seguridad llevada al paroxismo en una ciudad donde ayer hubo 50 muertos, repito, 50 muertos (¿lo han leído en algún lado?), lo ha complicado todo. Mientras ayudaba al magistrado a grabar sus propias imágenes con una cámara de vídeo, un soldado iraquí excedido de celo le ha dado un manotazo en el visor. Su señoría ni ha protestado. Me ha mirado y me ha hecho una seña de que ya lo tenía y de que nos fuéramos. No sé qué impresión se llevará de lo que ha visto en Bagdad, pero, aunque decidiera archivar el caso, tendría mis respetos por haber ido hasta el corazón de las tinieblas. Allá donde las almas brindan con los que no les olvidan.

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