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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Escueta y opresiva

Minimalista, escueta y funcional. También, voluntariamente opresiva. Los personajes aparecen empequeñecidos bajo la enorme boca del escenario. Los cambios súbitos de colores determinan en un segundo la atmósfera de cada escena. Los bailes de salón resultan angulosos y sin jolgorio. No hay aquí personajes libres. Cada uno tiene el destino trazado desde un principio, por su propio carácter, las convenciones imperantes y la condición social. Esta puesta en escena retoma la dura y mordaz mirada de Pushkin (en cuya obra homónima se basa la ópera) sobre la sociedad rusa de su época, algo más suavizada en el libreto de Chaikovski y Shilovski. La producción tuvo un punto débil, sin embargo: ese mimo blanco casi omnipresente, inventado por el director de escena, que sólo distrae y entorpece el desarrollo de la historia.

YEVGUENI ONEGUIN

De Chaikovski. Solistas vocales: Artur Rucinski, Irina Mataeva, Dmitri Korchak, Lena Belkina, Margarita Nekrasova, Helene Schneiderman, Günther Groissböck, Aldo Heo, Emilio Sánchez, Simon Lim. Coro y Orquesta de la Comunidad Valenciana. Director musical: Omer Meir Wellber. Dirección escénica: Mariusz Trelinski. Palau de les Arts. Valencia, 22 de enero de 2011.

Las voces cumplieron, pero Tatiana hubiera requerido algo más de anchura para abordar holgadamente el aria de la carta. A Oneguin le faltó plasmar ese hastío casi congénito que parece perseguir al protagonista en todo momento. Fue Lenski (Dmitri Korchak) quien logró, bajo la nieve y ante la inminencia del duelo, conmover de verdad a los oyentes. Lo consiguió, más que por el atractivo de la voz o la perfección del canto, por la bellísima libertad del fraseo, y la emoción que impregnaba su dubitativo adiós a la vida. Fue también en esta escena cuando orquesta y director lograron el punto más feliz del acompañamiento. El menos afortunado, por el contrario, resultó de su conjunción con el coro. Este -no podía ser de otra forma en una obra tan rusa- tiene en Yevgueni Oneguin un papel esencial. Pero la batuta no consiguió ajustarlo con la orquesta en demasiadas ocasiones, una de ellas ya en la primera escena. Pasó lo mismo con el coro de las muchachas que recogen moras y grosellas. En el vals del segundo acto, Wellber tampoco logró que fueran juntas ambas agrupaciones.

No tuvo suerte el nuevo director con las danzas: la polonesa que inicia el acto tercero, tan bien conseguida escenográficamente, anduvo corta de energía y agresividad en la orquesta: a esas figuras descoyuntadas que la bailaban no les convenía una música tan blandita. Porque se encamina a un final duro y sin escapatoria.

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