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Reportaje:

Un apretón de manos

Joaquín Estefanía

Se mida como se mida (la vuelta a la normalidad democrática, la primera sustitución de un partido por otro tras unas elecciones libres, la entrada en Europa...), en 1991 la transición desde una sociedad cerrada a una abierta había terminado en España. EL PAÍS, periódico que había coprotagonizado en un lugar preeminente esa transición, buscaba entonces nuevas señas de identidad que le permitiesen seguir siendo el diario de referencia de la última década del siglo XX. En el terreno de la cultura, para eso nació la revista cultural Babelia hace este año dos décadas.

Babelia se creó de la fusión de varios suplementos anteriores del periódico -Arte, Libros y En Cartel-, pero desde el principio trató de ser algo más que un añadido de ellos. Junto a otro suplemento (Temas de Nuestra Época) -a mi parecer, central en la historia de EL PAÍS, aunque hoy esté olvidado- buscó ser algo así como la ideología del diario junto a los editoriales y a la valoración de la información. Temas de Nuestra Época hurgaba en las tendencias en el mundo del pensamiento, y Babelia trataba de hacerlo en el de la cultura, en una coyuntura en la que la política ya no monopolizaba, como en los años de la Transición, el devenir de la vida pública. Después de la transición política llegaba la transición económica, cultural, de las ideas, de las relaciones exteriores, etcétera. De alguna manera buscaban establecer su propio canon para nuestro país, y con especial atención para América Latina, glacis preferente de EL PAÍS.

¿Hemos creado cultura?; ¿tenemos influencia como prescriptores objetivos de la cultura?

Los lectores tienen que juzgar lo que se ha obtenido en este tiempo. Temas de Nuestra Época lamentablemente murió en un momento en el que el periódico tuvo que achicar costes cuando estalló una de las recurrentes crisis de las materias primas (en ese caso, el precio del papel), pero Babelia ha sobrevivido a todas ellas y esperemos que también a la Gran Recesión, que es la crisis más importante, larga y profunda de nuestras vidas. No ha sido fácil: recuerdo que la misma semana en que apareció Babelia (el 19 de octubre de 1991) desaparecía el suplemento cultural de un diario italiano de referencia con el que, entonces, EL PAÍS mantenía una colaboración muy cercana. Algunos de los colaboradores del mismo nos desearon suerte con una cierta superioridad, pronosticando una muerte cercana de la revista y la vuelta de la cultura al nicho de sus páginas diarias tradicionales: el periodismo cultural, para las páginas culturales.

La valoración tiene que hacerse en relación a las expectativas que se crearon. No creo, si no es por sectarismo, que haya alguien que entienda que EL PAÍS sería mejor sin su revista cultural. Un día antes de su aparición se celebró un acto de presentación en sociedad. Leo la lista de los que nos acompañaron aquella jornada y echo de menos a algunos de nuestros colaboradores: Juan Benet, Juan Marichal, José Luis López Aranguren, entre otros. Y entre los nuestros, Jesús de Polanco, Isabel de Polanco, José Ortega Spottorno, Jaime García Añoveros, Álvaro Noguera, Ramón Mendoza... O Rafael Conte. Luego me referiré a este último. ¿Qué se dijo en aquel acto?: que la crítica tiene que ser fundada (y ello vale tanto para la cultura como para el resto); que íbamos a "actuar contracorriente, alertar sobre las tendencias del conocimiento y hacer cultura en el sentido más amplio"; que estábamos "en tiempo de confusión ideológica y es obligación de un periódico como EL PAÍS contribuir al rescate de las ideologías, del debate del pensamiento"; que "la cultura puede hacernos más libres y más felices"; que iba a ser un "espacio de agitación y contestación cultural", etcétera.

Podríamos decir como el místico español: si me contemplo soy un pecador, pero si me comparo soy un santo, y quedarnos satisfechos de lo obtenido. También podemos ser hipercríticos y contemplar como imposible la distancia entre los deseos y la realidad. Ambas reacciones nos llevan a lo que Albert Hirschman denominó las retóricas de la intransigencia: primera, toda acción para mejorar sólo sirve para exacerbar la condición que se pretende remediar (tesis de la perversidad); segunda, las tentativas de transformación no logran hacer mella nunca (tesis de la futilidad); y tercera, el coste de las reformas siempre es demasiado alto, dado que pone en peligro los logros previos (tesis del riesgo).

Veinte años después, todavía queda mucho por mejorar. Babelia y el periodismo cultural, como el resto del diario, necesitan nuevos impulsos. En estos años se han cometido muchos pecados de arrogancia y en ocasiones se ha perdido reputación (de independencia, de calidad, de rigor...). Todos los que trabajamos en un periódico sabemos que la reputación es una cualidad muy difícil de construir, que se destruye con rapidez si no se la riega. Hacer un balance crítico -y estas fechas redondas como los cumpleaños lo facilitan- no significa manchar nuestra historia colectiva, sino fortalecerla. ¿Hemos creado cultura?, ¿se ha ayudado a obtener un canon objetivo en el mundo de los libros, del arte, del cine, del teatro o de la música, o hemos generado más confusión?; semana a semana ¿proporcionamos orientación al lector, separamos el grano de la paja, filtramos, valoramos, jerarquizamos?, ¿malgastamos un espacio escaso en críticas negativas de autores sin interés o en hagiografías culturales por intereses industriales ajenos a la objetividad?, ¿hemos obtenido un espacio cultural propio en el que los lectores se sienten reconocidos?, ¿ampliamos los círculos de lectores por nuestra calidad u obtenemos un rechazo creciente?, y lo más sencillo: ¿tenemos influencia como prescriptores objetivos de la cultura, somos buenos críticos? Etcétera.

Recuerdo la etapa en que Babelia tenía un consejo asesor como la mejor. Cuando un grupo de especialistas (Carlos García Gual, José María Guelbenzu, Francisco Calvo Serraller, Miguel García Posada, Javier Pradera, Josep Ramoneda, Manuel Rodríguez Rivero...) se reunía semanalmente con el equipo periodístico de Babelia para hacerle sus recomendaciones. Cuando era un trabajo de equipo amplio. No sé por qué desapareció. O sí lo sé y quiero olvidarlo. Me sugiere el pecado de orgullo que antes citaba.

No quiero terminar sin mencionar dos nombres. El de Juan Arias, el primer coordinador que tuvo Babelia. Lo sacamos de la libertad de su corresponsalía en Roma y lo trajimos a Madrid. A cavar, inventando esta revista cultural. No sería justo olvidarlo. Como tampoco lo sería dejar de hablar de Rafael Conte, a quien tanto echamos de menos, que estuvo en la prehistoria de Babelia y que nos enseñó a muchos el gusto por la lectura. Cada vez que Conte hablaba bien de una novela, era imprescindible comprarla para no perdernos algo.

El que fue director de Le Monde Eric Fotorino escribió hace poco un artículo en la primera página del diario francés, con muchísimas reflexiones de interés y otras generadoras de polémica, que terminaba con las siguientes palabras en las que quiero subrogarme: "¿Qué es un periódico sino un deseo colectivo que tiende hacia la ambición de la excelencia y se apoya en unos medios a la altura de esa ambición? El gran poeta (...) Paul Celan no veía apenas diferencia entre una poesía y un apretón de manos. Le Monde [EL PAÍS] tiene que ser ese apretón de manos: firme y cordial, una cita cotidiana de humanidad y de conversación compartida, de intercambio, de comprensión, de pertinencia y de impertinencia".

¡Larga vida a Babelia!

Joaquín Estefanía fue director de EL PAÍS entre 1988 y 1993. En ese periodo apareció Babelia como revista cultural del periódico.

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