Icono contra icono
'Sports Illustrated', la revista que consagró a Lance Armstrong en Estados Unidos en 2002, revela ahora su flirteo con el dopaje
En un rincón de una librería de Melbourne, una pila con libros de saldo. Uno destaca: My Comeback: Up Close and personal, el relato en primera persona del regreso de Lance Armstrong al ciclismo en 2009. Por encima del montón, un cartel: Oferta, solo 1,99 dólares (1,5 euros). Precio real: 34,99 dólares (26,37 euros).
Si Armstrong, que anda por Australia corriendo la última carrera de su vida fuera de Estados Unidos, interpretó este hecho como una señal clara de que los tiempos están cambiando estaba en lo cierto, como el último número de Sports Illustrated, ya en los quioscos, le confirmó ayer.
Si existe una medida del éxito para un deportista norteamericano, si la gloria tiene una imagen, esa es la portada de Sports Illustrated (SI), un icono del periodismo deportivo. En sus 56 años de historia (unos 2.800 números semanales), SI ha dedicado al ciclismo, un deporte muy poco estadounidense, solo 10 portadas. Una consagró a Greg LeMond, declarado deportista de 1989, cuando ganó su segundo Tour; las nueve restantes, a Armstrong, elegido también deportista de 2002, tras su cuarto Tour. Ningún otro ciclista alcanzó el honor y la gloria en SI y muy pocos deportistas también el deshonor, como Armstrong, icono del deporte -el único ganador de siete Tours- y de la lucha contra el cáncer también, cuyo nombre figura en una pequeña franja en la portada del último número, dedicada en su 90% a los Bears, el equipo de fútbol americano de Chicago. Por encima, una leyenda: El caso contra Lance Armstrong.
El caso va de dopaje, de la investigación que sigue en Estados Unidos un investigador federal, Jeff Novitzky, apoyado por un par de fiscales, para dilucidar si los fondos (unos 30 millones de euros) con que US Postal (la compañía de correos gubernamental) patrocinó al equipo de Armstrong entre 1999 y 2004 sirvió también para financiar el presunto dopaje del grupo. Si las pruebas acumuladas con la ayuda de un gran jurado dan fruto, Armstrong podría ser acusado de fraude al Gobierno, blanqueo, tráfico de drogas...
"Si un tribunal decide que Armstrong ganó sus Tours recurriendo al dopaje, será el engaño más triste en la historia del deporte", escriben en su historia los dos periodistas a los que SI encargó investigar las acusaciones a Armstrong. Junto a temas ya conocidos, sobre todo los derivados de las acusaciones de su ex compañero Floyd Landis, pero otros indicios, como varios controles de testosterona entre 1993 y 1996, antes de su cáncer, revelan la posible connivencia de las autoridades antidopaje norteamericanas, que taparon, con la colaboración del director del laboratorio de Los Ángeles (Don Catlin, el mismo al que Armstrong encargó brevemente los controles internos del Astana en 2009) según la revista, los positivos. El abogado de Armstrong lo negó todo.
Otro dato inédito es la sospecha de que Armstrong, de 39 años, consiguió a finales de los años noventa un producto llamado HemAssist, una hemoglobina artificial en estado de experimentación. El laboratorio decidió finalmente no fabricarla por su elevada toxicidad. Además, SI tuvo acceso a conocer lo hallado en el registro de la policía italiana en la casa de Yaroslav Popovich, un gregario de Armstrong en el RadioShack. Aparte de algunas sustancias sospechosas, los carabinieri encontraron planes de entrenamiento para 2009 elaborados por Michele Ferrari que probarían que el equipo de Armstrong seguía trabajando con un médico con el que el tejano anunció públicamente que había roto en 2004, cuando un tribunal italiano le declaró culpable de dopaje.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.