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Columna
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¿Listas sin militancia o militancia sin listas?

El debate sobre la democracia interna en los partidos suele despacharse sumariamente como si fuera un asunto de luchas intestinas. Así lo presentan los medios de comunicación, progresistas o conservadores, y así lo afrontan las direcciones políticas, evitando mayores profundidades. Como mucho, se admite que la democracia es uno de los modos de regular la lucha interna por el control. Sin embargo, pocas veces se pone el acento en aquello que de verdad importa en este asunto: la democracia en los partidos es, antes que nada, un imperativo constitucional y de funcionamiento del sistema y, en segundo lugar, una exigencia de la propia militancia, cuando se hace consciente de su papel estratégico como facilitadora de la participación ciudadana. Las democracias no funcionan sin ciudadanos y estos no tendrían voz en los partidos sin una militancia activa y decisiva.

¿Había posibilidad de que las cosas se hicieran con transparencia y participación?

Aunque esto concierne por igual a cualquier formación política, resulta evidente que son los partidos de izquierda los más interesados en su desarrollo, sobre todo por la posibilidad real a partir de ellos de ir articulando una nueva cultura política basada en una democracia de calidad. Para ellos debería ser una seña de identidad irrenunciable frente a las actitudes despóticas y cesaristas de la derecha. Para los militantes, una exigencia permanente e irrenunciable en la que se juegan no solo su propia definición y función, sino también la posibilidad efectiva y productiva de conectar con una ciudadanía cada vez más alejada no solo de los políticos y de lo político, sino de lo público en general. Tal vez deberíamos recordar que la extensión y la profundización de la democracia moderna no se ha basado históricamente en la creación de pasivos consumidores de lo político, sino en la apelación a ciudadanos y ciudadanas conscientes y participativos.

Tras haber dado una lección de democracia interna con las primarias para la elección de los cabezas de lista a la alcaldía de Valencia y otras ciudades, los socialistas valencianos teníamos derecho a esperar que el proceso de elaboración de candidaturas siguiera la pauta de la participación y la transparencia. Parece, sin embargo, que lo que finalmente se nos presentará será una lista cerrada cuyos criterios de elaboración pertenecen al secreto del sumario o son patrimonio de unos pocos jefes de fila.

Quienes en su momento se presentaron ante la militancia con la promesa de una profunda renovación de la organización valenciana del PSPV olvidaron señalar, tal vez, que se referían tan solo a un relevo generacional, pero no a la dinámica ni al funcionamiento interno del partido. Estos siguieron en manos de quienes habían logrado con sus disputas familiares anular el peso de la militancia y desdibujar el perfil del partido en la sociedad. Resulta coherente, pues, que la elaboración de las candidaturas municipales tenga ese mismo signo. El propio candidato electo en primarias en la ciudad de Valencia, Joan Calabuig, tenía derecho a esperar que se tuvieran en cuenta sus opciones a la hora de elegir unos nombres de entre los que, a fin de cuentas, debería salir su próximo equipo de gobierno; los estatutos, además, obligan a ello. Se comprende que hubiera de lanzar un órdago público ante la evidencia de que la confección de la lista caía de nuevo en los viejos vicios del secreto y el reparto de cuotas.

¿Había posibilidad de que, por una vez, las cosas se hicieran de otra manera, con transparencia y participación? No olvidemos que, en última instancia, actitudes de este tipo dependen de la voluntad política de llevarlas a cabo. Pero es que en las propias disposiciones del Comité Federal para la preparación de las elecciones autonómicas y locales se contempla una posibilidad de intervención de la militancia que nadie se ha ocupado de airear: además de la propuesta de las ejecutivas, existe la posibilidad de que el 20% de la militancia presente una lista municipal. El que la propia dirección no haya sido la primera interesada en publicitar y promover este derecho, no redunda precisamente en la movilización y la implicación de la militancia, a la que con toda seguridad sí que se le pedirá luego un esfuerzo suplementario en la campaña electoral.

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Además, normativa y estatutariamente, la elaboración de candidaturas está regida por los principios de igualdad de acceso, de mérito, y capacidades, y por la exigencia de elaboración de criterios objetivos para llevarlos a cabo; principios y exigencias inasibles si la opacidad del procedimiento impide que los militantes ejerzan sus derechos y evalúen que los órganos pertinentes del partido actúan, en efecto, con la objetividad requerida. En toda organización es obligado buscar el equilibrio entre diferentes "sensibilidades", pero esto no puede hacerse a costa de la publicidad y la participación informada y responsable de la militancia. De lo contrario, acabaremos encontrándonos con la paradoja de unas listas elaboradas sin los militantes y de unos militantes que, por la falta de voz en la elaboración de las mismas, acaban sintiéndose huérfanos de listas. Si los propios militantes no se sienten identificados o implicados en las listas ¿lo estarán los ciudadanos a los que se quiere representar e ilusionar? La democracia y la transparencia son una exigencia estatutaria e interna a los partidos, pero, sobre todo, un clamor ciudadano.

(*) También firman este artículo Carmen García Monerris, Antonio Sanchis, Flora Sanz, Jose Ignacio Pastor, Marisa Bou, Carlos Luzuriaga, Ana Sánchez, Enrique Carbonell, Marina Calatayud, Frederic Spie, Victoria Prades, Juan Antonio Gabaldón, Maribel Alcaina, Pepe Sánchez, Mª José González, Jesús Castillo, Lola Mínguez, Ismael Serrablo y Miguel Wiergo, militantes del PSPV-PSOE de Valencia.

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