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Columna
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Una foto

David Trueba

De entre todas las imágenes que nos deja la revuelta tunecina y la caída de su Gobierno, hay una foto de la agencia Efe que contiene valores de ejemplaridad. El joven Mohamed Bouazizi tumbado en su cama hospitalaria completamente vendado, con respiración asistida, bajo esfuerzos infructuosos de los médicos por salvarle la vida y, ante su cama, el cortejo presidencial, con Ben Ali a la cabeza, las manos recogidas sobre la cintura, las gafas puestas, el pelo teñido y ese gesto de político interesado por la desgracia ajena como si aquello fuera una visita relámpago a una feria de muestras.

El presidente llegó a los pies de la cama del hospital demasiado tarde, creyendo que la foto le salvaría el flequillo en lugar de terminar de hundirlo. Bouazizi se había quemado a lo bonzo rociándose con gasolina y murió pocos días después, desencadenando una ola de solidaridad y protestas que prendió desde su ciudad de Sidi Bouzid a todo el país, con el resultado que ya conocen. El martirio era la protesta brutal ante la desesperación de ver confiscado su carro de verdulería por carecer de permiso de venta ambulante. Al parecer sus súplicas a la autoridad solo le valieron algún bofetón y el desprecio. Los universitarios en paro tienen demasiado cerca la pasión de los sueños como para que les detenga la razón.

Si la imagen no fuera tan trágica, la estampa de Ben Ali ante el joven agonizante tendría los valores surreales de un hallazgo de los Monty Python, de un episodio de La Pantera Rosa. El político tratando de agarrarse desesperadamente a la realidad, esa misma realidad que despreció, ignoró, mantuvo fuera del contorno de su vida y esplendor porque ensuciaba la imagen. El falso cartón piedra derretido en la hoguera de lo real.

La crisis económica sacude como un látigo lejos de sus centros de decisión. Allá donde la supervivencia se hace más extrema. Pero el efecto de la ola en regreso se lleva por delante los cálculos, la inmovilidad, el abrazo al poder, las alianzas interesadas. La foto tiene valores metafóricos para aquellos que quieran interpretarla, todo político debería enmarcarla sobre la mesa de su despacho, con el anhelo de jamás llegar a posar en un demoledor retrato como ese.

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