"Verificable", una palabra vacía
El último comunicado de ETA constituye un episodio más en la negociación por el poder que está teniendo lugar entre los terroristas y Batasuna. Es cierto que el Tribunal Supremo los considera la misma cosa: esa verdad judicial ha resultado crucial para desenmascarar la complicidad criminal de quienes, sin empuñar pistolas, resultaban imprescindibles para cometer atentados y legitimar a ETA. Sin embargo, juzgar no es lo mismo que comprender, y esto último requiere matices. También el médico, por más que juzgue graves todos los cánceres, debe conocer las diferencias entre el de páncreas y el linfático para tratarlos correctamente.
En esta negociación se intenta dirimir quién manda en el mundo abertzale. Históricamente lo venía haciendo ETA, hasta que Batasuna decidió disputar esa hegemonía con la Declaración de Guernica (25-9-2010). Para ello se apoyaba, entre otras, en las muletas de Eusko Alkartasuna y de Aralar, el partido de los que, derrotados, se marcharon para no someterse al poder de los terroristas. En la declaración se reclamaba "una situación de no violencia con garantías", basada en "un alto el fuego permanente, unilateral y verificable por la comunidad internacional". Batasuna pedía a ETA tres palabras. En el primer asalto ha conseguido dos; una, en realidad, porque la banda ya calificó de "permanente" la tregua de 2006 para luego romperla. Poca cosa.
La única concesión que Batasuna le ha arrancado a ETA es una estulticia
La decepción es aún mayor al repasar los principios Mitchell, invocados en la Declaración de Guernica. Batasuna recoge tres, los referidos al "uso de medios exclusivamente democráticos y pacíficos", la "oposición a la amenaza de recurrir a las armas" y el "respeto a los acuerdos" con el compromiso de "recurrir solo a métodos exclusivamente democráticos y pacíficos" para modificarlos. Todo ello se resume en el calificativo que Batasuna parece ahora echar en falta: "irreversible". Sin embargo, no se lo pidió a ETA, lo cual revela que o bien asumió su debilidad de origen en la negociación o bien quiere hacernos creer que se ha distanciado de la banda más de lo que lo ha hecho en realidad.
Los principios Mitchell son las seis reglas acordadas por los Gobiernos británico e irlandés y los partidos del Ulster a las que todos -incluido el Sinn Féin- aceptaron someterse para entablar conversaciones sobre el futuro de la región. La Declaración de Guernica recoge el primero, el cuarto y el quinto (citados más arriba), pero deja de lado el segundo y el tercero, que hacen referencia al "desarme total de todas las organizaciones paramilitares" y a que "dicho desarme debe ser verificable por una comisión independiente".
El senador Mitchell no aplicaba el adjetivo "verificable" a un alto el fuego, como hace Batasuna, sino al desarme, porque un alto el fuego resulta tan evidente que no requiere comprobación alguna. La verificación se ha venido entendiendo internacionalmente -no solo en el Ulster, sino también en procesos como el desmantelamiento de la Contra nicaragüense hace 20 años- como una comprobación de que los grupos armados destruyen sus arsenales. Pero si no hay irreversibilidad, si no hay un abandono definitivo de las armas, ¿qué se va a verificar? ¿Que no hay atentados, kale borroka o extorsión empresarial? Es la clase de noticias que ya verifican los periódicos a diario, ciertamente, aunque agradecemos el interés de los premios Nobel por los problemas de España.
Desde el momento en que Batasuna pervierte los principios Mitchell -invocándolos- y desiste de mencionar el "desarme", para facilitar a ETA su ínfima concesión, ella misma desvirtúa la batalla por el poder que parece plantear con la Declaración de Guernica: la única palabra que logra arrancarle a ETA está vacía de antemano.
Si el poder es, tal como lo definió Max Weber, "la probabilidad de que un actor en una relación social ejecute su voluntad frente a la resistencia de otros", parece obvio que la izquierda abertzale no ostenta un poder sustancial sobre ETA: solo se atreve a pedir una palabra huera. La posición de Batasuna es débil, por eso trata de investirse de cierta autoridad obteniendo alguna concesión que le permita presentarse a las elecciones de mayo. Pero sus exigencias son muy superiores a su distanciamiento de la violencia, tímido en el mejor de los casos, engañoso en el peor. Con la ley en la mano, resulta imposible hacerla, a la vista de que la correlación de fuerzas en el mundo abertzale sigue siendo muy favorable a ETA.
La buena noticia es que la banda terrorista resolvió desavenencias anteriores con la incuestionable autoridad que conceden las bombas, como ocurrió en la T-4. Ahora ha contestado que no lo va a hacer, por el momento. Batasuna tampoco ha mostrado su decepción: ha afirmado que espera más de ETA. Por lo tanto, siguen negociando. Hay otra buena noticia: todos los partidos -vascos y no vascos-, salvo el PP, han tratado en uno u otro momento de persuadir a ETA de que deje las armas. Y todos han salido escaldados. El círculo de los desengañados se ha ido ensanchando con el tiempo. A la banda terrorista ya solo tratan de convencerla los suyos. El tiempo que tarden en sufrir el desengaño definitivo es el que resta para el final de ETA.
Irene Lozano es periodista y escritora.
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