Retórica tremendista
¿Qué sería de algunos políticos sin el lenguaje bélico y la retórica tremendista? ¿Qué dirían si no pudieran recurrir a los tics más obscenos de la demagogia y la propaganda? La capacidad expresiva de los dirigentes, el nivel conceptual de los discursos, la empatía con el ciudadano, dicen mucho de la calidad de la deliberación, una actividad pública imprescindible en las democracias avanzadas. El discurso del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en Tucson, tras la matanza que costó seis vidas durante un acto callejero de la congresista demócrata Gabrielle Giffords, ha puesto sobre el tapete el problema de la polarización política. Pero su impacto revulsivo, que sin duda tiene que ver con su potencia emotiva, ha adquirido proporciones de auténtica catarsis gracias, precisamente, a su elocuencia.
Todo el mundo sabe que Obama habla como lo han hecho antes pocos presidentes y pocos líderes políticos. Solo hay que recordar su discurso en Chicago aquella noche de noviembre de 2008 en que ganó las elecciones. Tal vez por eso ha sido objeto del acoso inmisericorde de esa versión de la política que hace bandera de la descalificación sumaria, el exabrupto irresponsable, la insidia y el fanatismo. El movimiento del Tea Party, en definitiva, no es más que una nueva versión del populismo reaccionario que tantas veces ha asomado su faz desagradable en el debate colectivo, alimentado por la energía de la comunicación de masas.
Quienes vivimos ciertos episodios de la transición a la democracia en las calles y en los medios de comunicación valencianos conocemos el feo rostro de ese tipo de fanatismo. Entre nosotros, no llegó a mayores probablemente porque aquí no puede cualquier loco hacerse con una pistola en el supermercado de la esquina, pero las acusaciones de traición y las descalificaciones brutales del anticatalanismo han dejado cicatrices visibles en el tejido de nuestra sociedad. Por eso llama la atención el desparpajo con el que ciertos políticos valencianos todavía recurren al calibre grueso como recurso habitual para camuflar la indigencia de sus planteamientos. Ayer mismo, el secretario general del PP valenciano, el diputado Antonio Clemente, se permitió atribuir al Gobierno de España un "complot" contra los restaurantes de playa, los chiringuitos, para hacer caer sus ingresos y acusó al vicepresidente Manuel Chaves de "utilizar su ministerio para proteger Andalucía mientras impone el apartheid en la Comunidad Valenciana". Según Clemente, la autorización de prospecciones petrolíferas en el Mediterráneo es "uno de los mayores ataques a los valencianos".
"En tiempos en que nuestro discurso ha pasado a ser tan polarizado, tiempos en que estamos demasiado deseosos de echarles la culpa por todos los problemas del mundo a quienes discrepan con nosotros, es importante que hagamos una pausa por un momento y nos aseguremos de estar hablando unos con los otros de una manera conciliadora", dijo Obama en Tucson.
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