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Columna
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Respira

Me comprenderán si les digo que retrasé todo lo que pude la contemplación del último estreno off-Broadway de la banda terrorista. Me fatiga su coreografía y el vestuario me parece penoso. La partitura, cansina. Por no hablar del lirismo: carecen. Añado que ni siquiera ensayan. Se les nota la falta de interés, pero más que nada se ve claramente que manejan conceptos -"normalización democrática", por ejemplo- robados a libretistas más dotados. Declaman mal, sin conocimiento profundo y sin convicción.

Además, al llegar al tiempo 0:43, el corista situado a mi derecha pierde la compostura y cambia los guantes de postura. Nos ponemos en el 0:47 y los susodichos envoltorios regresan a su lugar de origen. En el minuto 1:37, los tres pares de guantes son víctimas de un ligero un movimiento nervioso. El triplet continúa hasta completar 2:20 tediosos, interminables minutos, con un levantamiento de informe puño. El que estaba a mi izquierda se queda unos instantes con la cosa en alto después de que los otros la replieguen. Parece un pintor sin brocha. Con perdón de los pintores.

Ahora bien. Como diría el clásico, merece la pena verlo por los anuncios. Lo puse una vez y otra solo por complacerme con las imágenes de gente corriente que aparecen antes. Esas chicas que juegan con los bolsos en las rebajas de El Corte Inglés. Sobre todo, esas personas que, en momentos importantes de su vida -su boda, un examen, una zambullida en la piscina- sienten sus vías respiratorias libres gracias a que se despejan los conductos nasales con un inhalador con oximetazolina. ¡Respira!, se nos repite, estimulándonos. Y, en efecto, podemos comprobarlo: no dejamos de respirar. El mundo no se ha detenido.

Nunca la publicidad me había parecido tan repleta de seres humanos normales, nunca la sentí tan cercana a la realidad.

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