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Columna
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Tres

David Trueba

Si los deportistas han sustituido a las estrellas del cine en anuncios de colonia, maquinillas de afeitar, chicles y bebidas, es normal que los premios que se les conceden adquieran la relevancia de los Oscar.

Los medios alimentan lo que les alimenta a ellos. La revista France Football abrió con inteligencia su Balón de Oro anual a un jurado institucional y lo ha convertido en un evento retransmitido por las televisiones del mundo. Echamos de menos las lágrimas en el rostro bello de Julia Roberts o la burlona sonrisa de un Jack Nicholson con sus gafas de sol, pero tenemos ganadores y perdedores, que es lo que gusta. La exquisita convivencia de los tres finalistas de este año, todos ellos producto de La Masia barcelonista, nos privó de la rivalidad; al menos el galardón al entrenador del año nos sirvió para repartir los papeles del bueno, el feo y el malo, como en las películas clásicas.

En la televisión catalana, un documental sobre Xavi y otro sobre La Masia han completado la fiesta. Y aún está caliente el Informe Robinson sobre los campeones del mundo, un acercamiento delicado e inteligente, lo que a veces es raro en el tratamiento futbolístico, que casi siempre prefiere el modelo de Álvarez-Cascos sobre el de Kennedy. Debe ser la bendita raíz anglosajona de Michael Robinson, que, junto al blog de López Iturriaga, es uno de los elementos más estimulantes en el audiovisual deportivo.

Los premios son reducciones y más en tareas colectivas. Los Oscar tienen una larga lista de no premiados capitaneada por Chaplin. Como el Balón de Oro tiene su Iribar, quizá su Raúl. Todo el mundo sabe que la mejor individualidad del fútbol de hoy es Messi, y que su selección tejiera el juego a escobazos no le ha costado el premio. Iniesta ha marcado dos goles de oro: el zapatazo de Stamford Bridge cargado de fe, que los llevó a la final de Roma, y el de la prórroga contra Holanda en el Mundial; el premio le llegará. Cada día es más un Zidane manchego con los pies blancos.

Aunque la enorme injusticia es que Xavi, que condensa la gramática futbolística en su articulada manera de repartir el juego, no haya recibido el galardón, que hubiera personificado en él todo un sistema.

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