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Columna
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Los que piensan

La crisis económica ha arramblado con los que piensan. Un amigo me escribió el otro día un mensaje alertando sobre la fractura creciente entre dos mundos: el mundo de los que tienen el poder de decidir y el mundo de los que tienen el poder de pensar. Y cuando decía pensar quería decir también discutir, opinar, crear o reflexionar. Pero ¿dónde están los que piensan o los que están dispuestos a cuestionar? Empieza a resultar insoportable que Gobiernos elegidos democráticamente en las urnas no cumplan las promesas sociales que contenían sus programas y pongan en marcha medidas económicas que están lastrando derechos conseguidos durante siglos por los trabajadores que les votaron. Y es descorazonador que nadie en esos Gobiernos ni en esos partidos que los sustentan piense en algo distinto. O al menos lo discuta.

Resulta patético escuchar a varios ministros de un Gobierno socialista justificar la subida de casi un 10% en el recibo de la luz, la mayor de los últimos 28 años. Y que esas subidas y sus justificaciones acumulen un incremento en cuatro años de un 40%. Tan irritante como comprobar que entidades financieras que obtuvieron ayudas públicas reparten bonos millonarios entre sus directivos o facilitan jubilaciones anticipadas con cheques de muchos dígitos. ¿Dónde están los que discrepan? Es un bochorno que un partido de izquierda lleve en sus listas a tránsfugas que fueron expulsados de sus candidaturas, y el bochorno lo es con independencia de que el PP no se abochorne de llevarlos en las suyas. En general, es un bochorno el Pacto Antitransfuguismo.

Es descorazonador averiguar que en el principal partido de la oposición, que empieza a tener todas las papeletas para convertirse en el próximo Gobierno, tampoco haya nadie que piense. Y que su estrategia sea la de no decir nada y no explicar nada de lo que están dispuestos a hacer cuando alcancen el Gobierno. Eso no es pensar, eso es contemplar. Es un escándalo el caso Gürtel, el caso Matas y el casa Fabra, pero lo más escandaloso de todo es que el presidente de Castellón presuma y se jacte de que los delitos que ha cometido dejen de ser delitos sólo y exclusivamente porque han prescrito, no porque no fueran delitos. Causa estupor que el líder del PP andaluz, Javier Arenas, se sume a las alabanzas hacia Carlos Fabra, un señor que, de manera probada, ingresó en 1999 cerca de un millón de euros que no declaró a Hacienda, presionó a dos altos cargos del Gobierno de Aznar para agilizar permisos fitosanitarios o falsificó tampones con sellos oficiales. Y causa estupor, con independencia de que en el PSOE haya también algunos casos que causen igual estupor.

Es sorprendente que nadie que piense diga algo. Y por ello, el partido socialista va a la deriva en España y en Andalucía sin estrategia para remontar, sin ideas para discutir y sin modelo económico que contraponer. Es increíble que los socialistas esperen de brazos cruzados un varapalo en las municipales, y que lo vean venir como el que sabe que tras el invierno llega el otoño. O lo que es lo mismo, como algo irremediable. Tan sorprendente como la probable llegada al poder de un PP con un líder improbable, incluso para los suyos. Improbable como líder e improbable como presidente hasta hace tan poco tiempo.

Empieza a resultar preocupante que nadie discuta, reflexione, imagine, considere, critique, examine o dictamine. Que nadie vea un reverso tras el anverso, una cara tras la cruz o un gris entre lo blanco y lo negro. Resulta frustrante que nos tomen a los ciudadanos por idiotas, pero lo más frustrante de todo es que empecemos a actuar como si realmente fuéramos de verdad idiotas. Decía Henry Ford que pensar es el trabajo más difícil que existe. Quizá sea ésta la razón por la que haya tan pocas personas que lo practiquen. La crisis ha arramblado con los pocos que lo hacían.

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