También un poco de esperanza
El año que acaba ha sido duro para la economía española -de eso cabe poca duda- y se ha desarrollado en líneas generales según las previsiones, tanto nacionales como internacionales. Los resultados van a estar más cerca, hay que decirlo, de las previsiones oficiales, si bien las diferencias han sido tan escasas que casi entran en los límites del error estadístico.
El año comenzó, según lo previsto, con una fuerte caída de la actividad que se frenó en el segundo trimestre para dar paso a una muy ligera recuperación en los meses posteriores. Como era de esperar, este perfil tuvo como consecuencia una fuerte pérdida de empleo que se fue amortiguando a lo largo del año. Llegamos al final del ejercicio con una ligera caída, en promedio, de la actividad, con más de un 20% de paro y con unos precios que han iniciado una escalada impulsada por factores externos (la subida de los precios de la energía) e internos (subida del IVA o de los impuestos especiales).
Los problemas que experimentamos proceden del hecho de nuestra condición de deudores
A lo largo del año hemos vivido el sobresalto permanente de los mercados que se refleja, en lo que nos afecta, en una dificultad cada vez mayor para refinanciar nuestra abultada deuda exterior, tanto pública como privada. La persistencia de los problemas financieros nos ha llevado a relegar a un segundo plano la discusión de los problemas reales de la economía como, por ejemplo, el de la competitividad de nuestros productos, en el que incide fuertemente la llamada mundialización.
Por lo que se refiere a los mercados, es conveniente separar la retórica política, o ideológica, de la cruda realidad. Los problemas que experimentamos proceden del hecho básico de nuestra condición de deudores. Durante largos años hemos crecido "a crédito", hemos importado cantidades ingentes de ahorro extranjero para financiar un crecimiento en el que la construcción ha tenido un papel estelar y ahora tenemos que pagar la factura. Podemos, si queremos, culpar a las agencias de calificación que las sucesivas revisiones demuestra solvencia; seguramente encontraremos razones convincentes para hacerlo, pero lo importante es que quienes pueden prestarnos el dinero que necesitamos tienen muy en cuenta esas calificaciones, por lo que si queremos obtener su concurso no queda otro remedio que pagar el precio. Así son las cosas, por muy duro que nos parezca.
Es cierto que la situación de las economías más amenazadas de la zona euro podría mejorar si el conjunto de la zona, y especialmente los países del norte, fuera más solidario. Hay que recordar que la unión monetaria fue un paso importante hacia la integración de las economías que la componen, y que nos ha traído el importante beneficio de la estabilidad y el de unos tipos de interés muy bajos, al tiempo que nos ha protegido de los aumentos de los precios de las materias primas expresados, por regla general, en dólares, si bien esa protección toca a su fin.
Se sabía, desde el principio, que una unión monetaria no puede funcionar adecuadamente sin una mayor coordinación de las políticas presupuestarias. Para remediar este problema se sustituyó la coordinación por el límite del 3% del déficit presupuestario de los Estados. Este límite no ha sido respetado por casi nadie, incluida Alemania, pero aún así es el otro pilar de la moneda única, y a él hay que atenerse. Hay razones suficientes para interrogarse si la vuelta al equilibrio presupuestario tiene que ser en el plazo fijado o si este podría prolongarse uno o dos años, pero esta discusión está fuera de la agenda por el momento.
También cabe preguntarse si la posición alemana en lo que se refiere a la posibilidad de ayudar a los países en dificultades mediante la compra de sus títulos por parte del Banco Central Europeo, como hacen en EE UU, es la más adecuada dada la magnitud de la crisis económica a la que nos enfrentamos, o si es razonable negarse a rajatabla a la emisión de bonos europeos, cuando existen fórmulas que permitirían, en su caso, la emisión de bonos nacionales con el respaldo total o parcial de la Unión Monetaria Europea. Todas estas cuestiones tienen un contenido económico, pero también político, y es muy probable que la actual rigidez del Gobierno alemán en estas cuestiones termine por ir contra sus propios intereses. De entre los grandes países europeos, Alemania ha sido el que más se ha beneficiado de la moneda única, algo fácilmente demostrable con números pero que la opinión publica de ese país rechaza, probablemente porque su clase política no ha estado interesada en reconocerlo. Desde esa perspectiva es interesante un reciente artículo del líder de la oposición alemana en el que preconiza avanzar con paso decidido hacia la integración europea y promover una solidaridad más activa con los países en dificultades que estén llevando a cabo esfuerzos por enderezar el rumbo de sus economías.
Por lo que a nosotros se refiere, hay que constatar algunos avances. El primero, y tal vez el más significativo, ha sido el tardío reconocimiento, por parte del Gobierno, de la gravedad de la crisis económica. La consecuencia ha sido la puesta en marcha de unas medidas de ajuste presupuestario que han comenzado a dar sus frutos. La reducción del déficit público en la cuantía anunciada serviría para tranquilizar a nuestros acreedores y mejorar las condiciones de nuestro endeudamiento. También lo haría el firme propósito de hacer más flexible nuestra economía.
Hay también noticias esperanzadoras en lo referente a las exportaciones, que han crecido en los nueve primeros meses del año más que las importaciones y sin duda más que los mercados hacia los que se dirigen. La temporada turística ha sido razonablemente buena, por lo que es probable que terminemos el año con una nueva reducción del déficit de la balanza por cuenta corriente. Esto quiere decir que deberemos continuar endeudándonos, si bien en menor cuantía que en el pasado. Lo positivo, en este caso, es que gracias a la contención salarial y a los esfuerzos por mejorar la productividad realizados por empresarios y trabajadores, nuestros bienes y servicios son ahora más competitivos, que es uno de lo aspectos fundamentales que los mercados tienen cada vez más en cuenta.
No todo es negativo en este fin de año. Es de esperar que seamos capaces de afianzar los aspectos positivos que refuerzan nuestra solvencia y que continuemos con perseverancia las reformas emprendidas. De ello dependerá el empleo y el bienestar en los años venideros.
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