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HACIA UN NUEVO GOBIERNO CATALÁN
Columna
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Los mejores (¿posibles?)

Probablemente no es el Gobierno de los mejores, pero es un equilibrio posible, un pacto con la realidad. Artur Mas ha presentado un gabinete construido respetando el equilibrio con el partido y su futuro (Puig, Recoder), con los socios de Unió (Ortega y Pelegrí), con el mejor (Andreu Mas-Colell), con los independientes que se han dejado (Ruiz, Mena, Fernández), con el pinyol que ha sido leal en la travesía del desierto (Homs, Gordó) y con la voluntad de transversalidad política (Mascarell).

No son tiempos fáciles y Artur Mas no lo ha tenido sencillo para implicar a independientes en su Gobierno. Los grandes nombres de la empresa saben que conspirar desde la oposición es gratis, pero sumarse a un proyecto político significa dividir entre 10 o 20 sus ingresos y exponerse al más duro escrutinio público.

Ferran Mascarell puede aportar a CiU las buenas relaciones que esta formación nunca ha tenido con el sector de la cultura

El Gobierno tiene algunos puntos fuertes, algún apaño y algunas debilidades. Entre los puntos fuertes: Andreu Mas-Colell es una personalidad indiscutible en el mundo académico internacional, de la gestión universitaria y sus estándares están en lo más alto. Joana Ortega es una política competente, empática y con facilidad para la comunicación, una cuestión estratégica que a CiU no le pasa inadvertida. Felip Puig garantizará a Mas orden y pragmatismo en la trastienda gubernamental.

Políticamente, la jugada más hábil de Mas ha sido la inclusión de Ferran Mascarell como consejero de Cultura, que ejemplifica su voluntad de Gobierno transversal. Es un mensaje positivo a pesar de que Mascarell haya sido la opción elegida tras algunas negativas.

Gestor cultural de prestigio, Mascarell puede aportar a CiU las buenas relaciones que nunca ha tenido con el sector y superar la política de campanario que gustaría a los sectores más rancios de Convergència. Mascarell ha sorprendido a muchos y ha provocado también las iras de los más rancios de los socialistas, que ven la política desde la trinchera en la que van hundiendo cada vez más la nariz impasibles a los mensajes del electorado.

Mascarell abandona el PSC sintiéndose ninguneado y el partido tiene dos opciones: preguntarse si su forma de gestionarse asfixia a los electrones libres e intentar corregirlo o reaccionar con amargura insultando y despreciando a quien fue un hombre clave de Pasqual Maragall en el Ayuntamiento y consejero en la Generalitat.

A medio plazo, la opción de Mas de abrir su Gobierno a un socialista con una concepción no resistencialista de la cultura no es desfavorable al PSC, al que se aproxima ideológicamente ya sea con franqueza o con la estrategia de debilitar al adversario.

Entre los puntos débiles del Gobierno cabría preguntarse por qué tan solo hay tres mujeres en un Ejecutivo de 12 miembros en el siglo XXI. Mas podría haber asumido el excelente discurso de Núria de Gispert a su llegada al Parlament, en el que reivindicó el papel de la mitad de la población en el protagonismo de nuestra historia. Artur Mas aseguró en sus primeras palabras como presidente que no volvía al Palau, sino que llegaba, pero más de la mitad de sus consejeros lo fueron con Jordi Pujol. De las nuevas aportaciones, son una incógnita la de Justicia, que pasará de inspirar los recursos del Estado a las leyes del Parlament a inspirar los recursos de la Generalitat al Estado, y también de Sanidad, favorable al copago que el propio Mas descartó en su discurso de investidura.

La toma de posesión y el traspaso de poderes han tenido unas formas impecables. Los gestos de deferencia mutuos entre los presidentes y la austeridad de la ceremonia son de agradecer en un momento en que la opinión pública está angustiada por la crisis y harta de ruido en la cosa pública.

Las formas de la llegada contrastan con la dureza de la oposición en los últimos años. Mas sabe que su presidencia será extremadamente complicada por la situación económica y por su opción política, que duplica la apuesta identitaria con el pacto fiscal y el horizonte de la soberanía.

Esther Vera es periodista.

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