La recompensa, en la tierra
Existirá un catálogo de virtudes que debe reunir un cura cualquiera para ser elegido obispo? ¿Qué criterios seguirá el Vaticano para ascender en dignidad a este o aquel? Ya que no hay concurso de méritos, ni oposiciones, ni tan siquiera primarias, se debería colegir que Benedicto XVI, o el cardenal por él designado para el desempeño diario del reparto, elige a quien le da la gana. Así, al menos, parece que lo ha hecho en el caso del cura Santiago Gómez Sierra, último presidente de Cajasur y responsable de la entidad cordobesa en su ruinosa etapa económica final, que ha sido ascendido por el Vaticano a obispo auxiliar de Sevilla.
La recompensa propicia el recuerdo de algunos datos. Cajasur, fundada por sacerdotes hace 132 años, estaba regida por gestores del Cabildo de Córdoba. Tras muchos y penosos avatares, a mediados de 2010 tuvo que ser intervenida por el Banco de España. Posteriormente, fue vendida en subasta a la vasca BBK. Como resultado, Gómez Sierra, junto al anterior presidente de Cajasur (Juan Moreno) y otros 38 miembros de los dos últimos Consejos de Administración se encuentran expedientados por el Banco de España, que les acusa de tres faltas muy graves y una grave, con sanciones de hasta 150.000 euros y de penas de inhabilitación.
Y es que si en un primer momento se calcularon las pérdidas que arrastraba la entidad en 196 millones de euros, la partida creció hasta los 852 millones, para acabar, por ahora, en 952 millones. Una fruslería. O la BBK miró muy mal los libros o las cuentas estaban muy embarulladas. En cualquier caso, el desastre económico es patente y es de suponer que alguna responsabilidad le cabría a sus gestores.
No lo ha considerado así el Vaticano; el nombramiento, dice el comunicado oficial, "proviene de la mano de Dios", y ha permitido al arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, sentar a su lado a Gómez Sierra, de quien debe saber todas sus virtudes, puesto que Asenjo era el titular de la diócesis de Córdoba mientras se sucedían las calamidades en Cajasur. Así que ya están juntos, otra vez, jefe y empleado. La solidaridad entre directivos es conocida. La de los arzobispos y obispos seguramente será, además, eterna.
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