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Columna
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La locomotora

Es lógico el alborozo que nuestras autoridades muestran en los actos de inauguración del AVE Madrid-Valencia. Como también es lógico el alboroto que antes han provocado al querer adueñarse de ese tren simbólico. Reyes, presidentes y ministros han tenido la suerte de ir en el primer convoy oficial, disfrutando de los placeres ferroviarios y haciendo propio lo que es de todos. Francisco Camps se fotografió con un AVE virtual hace varios años, como si él gobernara la locomotora. Con mucho morro, una locomotora con mucho morro, que dice el castizo. Y Jorge Alarte se presenta hoy como adalid, retratado en contrapicado y majestuoso. Con alta responsabilidad, añade ufano.

En fin, lo normal. El tren es un prodigio técnico y su implantación siempre ha venido acompañada de celebraciones: ahora y en el pasado. Anaclet Pons y yo mismo hemos tenido la suerte de viajar en el primer convoy que atravesó Valencia hace casi ciento sesenta años. La investigación, la exhumación de documentos y la reconstrucción de los hechos pasados te permiten estas cosas y te permiten recrear lo inerte.

Pronto aparecerá un libro (Los triunfos del burgués) en el que nos remontamos a la Valencia del Ochocientos. Ahora, todo fluye de manera incesante. A mediados del siglo XIX, la realidad era diferente. La ciudad no superaba los cien mil habitantes y mantenía la muralla que la estrechaba. Algunas fábricas se erigían en sus calles céntricas y el tráfico de mercancías prosperaba en las tiendas de vara. En aquella Valencia no eran infrecuentes las invasiones coléricas. La capital desprendía olores mefíticos y los menesterosos vivían hacinados en casas humildísimas. Comenzaba la iluminación a gas, la conducción de aguas potables, el empedrado de las calles. Comenzaba el ferrocarril.

El 26 de febrero de 1851 se pone la primera piedra de la línea al Grao, una empresa que marcará "para nuestro país el principio de una época de felicidad". Eso decía un cronista. Desde entonces, Valencia será pródiga en actos de esta naturaleza: festejos vistosos, con parlamentos entusiastas y patrióticos de autoridades y concesionarios. Pero también habrá problemas, rechazos, hostilidades de algunos vecinos agraviados. ¿Cuáles?

Regresemos al ferrocarril que ya marchaba en 1852. Los valencianos salían a su encuentro contemplando con deleite los avances del tren, ese convoy humeante que transportaba a patricios y benefactores, a capitalistas y empleados públicos. Más aún, muchos de aquellos individuos que miraban el tránsito del nuevo ingenio técnico todavía en pruebas quedaban "sumidos en indescriptible asombro" o en irritación ostensible, según algunos publicistas. ¿Por qué?

Ah, me permitirán callar. Lean los libros de historia: son una lección de modestia. Y son, sí, una advertencia.

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