'Happiness'
En patera. La versión última del Nacimiento ha sido protagonizada por una criatura de origen nigeriano. Casi cuatro kilos de bebé. Qué fuertes han sido: la madre, muerta de miedo y de dolor en la oscuridad oceánica, alumbrando a quien no quería esperar más para venir al mundo; la niña, con la asombrosa fortaleza gatuna de los bebés. Hasta cuando son abandonados en la basura maúllan para reclamar un dueño. Heladita y morada llegó Happiness (con nombre tan prometedor la rescataron de las aguas) a los brazos del guardia civil Carlos Puche. Varios centímetros de cordón umbilical colgaban aún de su vientre. La arroparon en una manta y en esa especie de papel de plata con el que cubre la policía a los muertos y a los vivos. El guardia respiraba aliviado cuando la oía gemir en el furgón: ay, señal de que estaba viva.
Cómo ha cambiado el cuento. La Guardia Civil, antaño amenazante, fiel sin interrupción al terrible papel que les encomendó Lorca, da hoy calor y cobijo momentáneo a esa gente asustada que pone su vida y la de sus niños en juego por un futuro, el que sea, un futuro. Casi al mismo tiempo que Happiness asomaba su cabecita al mundo, en una patera en la que viajaban ocho embarazadas y cinco niños, el Parlamento Europeo se disponía a aprobar un recorte de derechos para los trabajadores inmigrantes. La falta de identificación de los ciudadanos europeos con su Parlamento hace que la responsabilidad se diluya y parezca una decisión sin dueño, una maldición divina que contradice cada vez con más descaro la noble idea de Europa. Si al trabajador que se deja aquí la piel se le niega una pensión al volver a su país de origen, si se escatiman derechos al extranjero a fin de favorecer al nacional, ¿qué clase de acuerdo miserable estamos aceptando, no ya los europeos, que es algo que suena muy abstracto, sino usted y yo?
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