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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Beaumarchais, encantado de conocerse

Marcos Ordóñez

A veces tengo poderes, como un notario. Cuando se estrenó en el Bellas Artes La cena, acabé la crítica con esta frase: "Flotats colocó a Jouvet en el centro de su altar privado, pero, conforme pasen los años, es posible que su santo patrón acabe siendo Guitry". Un lustro después, Flotats estrena Beaumarchais en el Español. Montaje ambicioso y costoso: coproducción Español/Arriaga, 31 actores, 80 trajes de época a cargo de Franca Squarciapino; decorados de Ezio Frigerio (sobre fotografías digitales, que giran a la manera de un ebook); luces del también piccolísimo Vinicio Cheli. Guitry eligió la figura de Beaumarchais porque intuía o buscaba un parentesco, una identificación: compartía con el autor de Las bodas de Fígaro la elegancia insolente, el juego perpetuo, la capacidad de reinventarse, la envidia de los otros. Flotats hace carambola y suma en su retorta los perfiles de ambos. Un mattatore no elige representar un papel, sino que acaba eligiendo, a guisa de biografía secreta, los papeles que le representan. El actor y director catalán viene haciéndolo desde Cyrano, por no decir desde Don Juan: la canción que anudaría esa galería de espejos bien podría ser la inmortal Incomprendido, de Bobby Capó, aunque esta vez la canta desde el lado soleado de la calle. Beaumarchais es un estreno absoluto. Guitry la escribió en 1950 y quiso montarla con las primeras figuras del teatro francés; un par de rodajes postergaron el proyecto, y murió sin llevarla a las tablas. En 1995, Edouard Molinaro la adaptó al cine, protagonizada por Fabrice Luchini, y con guión de Jean-Claude Brisville, autor de La cena y de Descartes/Pascal (y posible impulsor del proyecto de Flotats). La verdad es que el suculento personaje de Beaumarchais da para una serie de varias temporadas: dramaturgo que pasa a la historia con tan sólo dos obras, millonario que cuestiona los privilegios de la nobleza (y pisa mazmorra por ello), editor de la obra completa de Voltaire, agente secreto de la monarquía, auspiciador in péctore de la revolución de 1789 y, tráfico de armas mediante, de la independencia americana, pero, por encima de todo, espíritu burlón, libérrimo, y quintaesencia de esa especialidad más francesa que el camembert que es el "homme d'esprit".

Guitry reitera, en boca de todos, que el protagonista es el hombre más inteligente, envidiado y seductor de la cristiandad
La verdad es que el suculento personaje de Beaumarchais da para una serie de varias temporadas

El espectáculo comienza con un prólogo en el que Flotats/Guitry reúne a sus actores, les agradece su entrega y les alecciona antes de abordar el primer pase corrido de la obra. El texto de Guitry, en buena traducción de Mauro Armiño, exhibe la marca de la casa (elegancia, viveza, ingenio) pero tiene dos problemas capitales: se dice más que se muestra, y el pincel del retrato está tan empapado en agua de rosas que acaba siendo un poco estupefaciente. Ejemplos de lo primero son los casi veinte minutos que Beaumarchais/Flotats emplea en contarle su vida al biógrafo Gudin de la Brenellerie (Pedro Casablanc, aquí sin apenas personaje) o los invitados que entran en escena para soltar cosas como "ah, señor, hoy habéis hecho caer al Parlamento" con el tono de "¿Alguien se apunta a un tenis?". En cuanto al retrato, Guitry reitera, en boca de todos, que el protagonista es el hombre más inteligente, envidiado y seductor de la cristiandad y, por si no ha quedado claro, hace que lo proclame él mismo, encantadísimo de haberse conocido: Sacré Beaumarchais! hubiera sido un título más preciso. La función comienza a animarse con una breve jarana vodevilesca impulsada por su inverosímilmente joven amante, Marion Menard (María Adánez, más soubrette que nunca), a la que pronto reemplaza, sin mayores explicaciones, la estupenda Carme Conesa como Marie-Thérèse Willermaulaz, su tercera esposa, aquí limitada a cantar, arrobada, las loas de su maridito. La carne dramática se condensa en tres escenas admirablemente construidas, dirigidas e interpretadas. A) Beaumarchais, en un gran slalom de morro fino, se postula como agente de la corona ante Luis XV (Ramón Barea, tras los pasos de Luis Prendes). B) La entrevista con el enigmático caballero d'Eon (Raúl Arévalo, formidable), convertida en un doble juego de seducción y equívocos en la línea de Víctor o Victoria, y rematada por un toque a lo Monty Phyton a cargo de una tronchante ama de llaves encarnada por Richard Collins-Moore. C) El encuentro con Benjamin Franklin (Constantino Romero), donde ambos fingen no entender la lengua del otro, para pasmo de William (Javier Ambrossi), su traductor simultáneo. Otro momento que define de maravilla a Beaumarchais es cuando decide apoyar con armas y bagajes (literalmente) a los rebeldes americanos por la jeffersoniana frase de su constitución que reivindica la búsqueda de la felicidad. Las escenas de la nueva corte se dirían un homenaje al Juan de Orduña de Pequeñeces, toda vez que el agolpamiento de personajes históricos sigue la estrategia que lastró de humor involuntario las alas de Si Versalles pudiera hablar: véase el diálogo en el que Bonaparte (Borja Luna) nos informa de que Las bodas de Fígaro "prendió la llama de la Revolución Francesa" o Beaumarchais le presenta al doctor Guillotin (de nuevo Collins-Moore) diciendo "ya sabe, el inventor de la guillotina". En una coda final, cumbre del ego-trip, nuestro héroe llega al cielo, es juzgado por un tribunal de académicos que recuerdan a los doctores de El rey que rabió y acaba entrando en la gloria de la mano del mismísimo Molière (José Gómez) iluminado como Dios Padre. Flotats está impecable en su primer papel de comedia desde Arte y sostiene las dos horas de espectáculo como un jabato con metrónomo incorporado. Tal vez resulte un poco talludito para el personaje, que interpreta como una singularísima mezcla de Saza y Paul Meurisse, y abusa un poco de su mohín característico (la acorazonada boquita de "ah, bon, ecoute"), pero te vende admirablemente el optimismo, el impulso y la alegría de vivir de Beaumarchais. Sin embargo, por el aroma old style que desprende el montaje no pude evitar pensar que hubiera sido una función y un personaje ideales para Luis Escobar en su época del María Guerrero.

Beaumarchais de Sacha Guitry. Dirección de Josep Maria Flotats. Teatro Español. Madrid. Hasta el 23 de enero de 2011.

Una escena de <i>Beaumarchais.</i>
Una escena de Beaumarchais.Cristóbal Manuel

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