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Columna
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Nariz tapada y voz baja

Que José Blanco imparta lecciones a los socialistas valencianos sobre estrategias electorales no tiene nada de particular: no sólo es el vicesecretario general del PSOE, sino un experto en ganar elecciones. Lo primero no necesariamente ha de implicar sucursalismo del PSPV, aunque tampoco al PSPV ha parecido importarle mucho esa dependencia, al menos en las últimas décadas. Lo segundo puede ser tomado cuando menos como una muestra de compañerismo y colaboración si no como una obligación de su cargo. Pero es lógico que el Partido Popular de Valencia constate en la recomendación de Blanco a los suyos -relegar los trajes de Camps y dar prioridad a las promesas electorales- una especie de modificación de la plana del PSPV. Pudo haber expresado el PP su gratitud al ministro por esa recomendación de silencio, más eficaz y menos violenta que la iniciativa popular de llevar al portavoz socialista en las Cortes a los tribunales, pero la discreción y la mesura no parecen virtudes muy acreditadas en la dirección del PP valenciano. Y menos si pasando por alto la recomendación de Blanco evitan una ocasión de minimizar a Jorge Alarte tomando por tirón de orejas lo que quizá no pasara de ser una opinión.

Los trajes de Camps no son sino una cutre exhibición de más profundas anomalías

Lo que sí es cierto es que la opinión de Blanco, tanto por su cargo en el partido como por el marco en el que se expresó, suena inevitablemente a consigna. Y también es verdad que la consigna coincide más con quienes desde dentro del PSPV y desde fuera tratan de minimizar la dimensión sin precedentes de la corrupción incesante, incesantemente supuesta, que con la batalla contra la corrupción que han venido dando los socialistas en Valencia. Si desde fuera se ve, bien parece que los tribunales hayan dado a Ángel Luna el aliento que le ha quitado en cierto modo su jefe, coincidiendo al parecer con una opinión que comparten entre otros socialistas, por lo que leo, los más afines en Alicante a Leire Pajín. Claro que es posible que la proximidad de los cercanos a la ministra a algunos comportamientos anómalos que no tienen que ver con los trajes de Camps hagan posible esa visión distinta y que de esa distinta visión pueda venirle a Blanco la inspiración de la discutida consigna.

En todo caso, el ministro sabe que los trajes de Camps no son sino una cutre exhibición de más profundas anomalías, acompañada de conversaciones de horteras muy llamativas. Si ha hablado de los trajes de Camps quizá no haya querido con ello hacer otra cosa que resumir en un eslogan su mandato. Pero lo sorprendente es que se haya sumado al coro de los que tratan de amainar los vientos feroces de los escándalos, tal vez por detectar que no son tan feroces, que no hay una mayoría social escandalizada o que esa mayoría se ha acostumbrado al viento de la inmoralidad y al pestazo mayúsculo del vertedero. Aunque si bien se ve, tal vez tenga razón Blanco si su objetivo principal es ganar elecciones y los votos no sólo no parecen castigar, sino que por el contrario es posible que premien la corrupción. Ya Joan Lerma avisó hace tiempo de que la corrupción no quita ni da votos.

Pero es inevitable que cunda la desconfianza entre quienes no ven en la espera de proyectos concretos en un programa electoral, por supuesto exigibles, incompatibilidad alguna con la defensa de la decencia y de un compromiso con ella. Tal vez sea una minoría de ingenuos, pero en esa minoría es inevitable que cunda la sospecha del riesgo de posibles arreglos políticos entre bambalinas. Y más ahora, que para salud de la democracia, tan global y peligrosamente deteriorada, los documentos de Wikileaks revelan unas conversaciones más sutiles e inteligentes que las del Bigotes con Camps. Y mucho más inquietantes en la comprobación de lo ya muy sabido: que el poder corrompe mucho y el camino hacia el poder también. Esto no significa que el afán de minimizar el ataque a la corrupción valenciana por parte del vicesecretario general de los socialistas españoles justifique una sospecha de pacto de silencio o sometimiento a presión alguna, ni que de producirse semejante intento los socialistas valencianos entraran a ese trapo, pero de cundir ese por ahora tibio empeño de bajar el tono en la persecución de la corrupción quizá esa minoría de gente que apuesta por la decencia y no da gobiernos tendría que encontrar su propia voz y hacerla oír por cuenta propia, mientras los socialistas se ocupan, por ejemplo, de defender la política económica de Zapatero. No porque una cosa sea más necesaria que la otra o incompatibles, sino porque a lo peor les falta tiempo para hacer las dos cosas a la vez.

Blanco se sentirá en su derecho de mandar a los suyos a taparse la nariz o a bajar la voz. El ciudadano es muy dueño de su voz y de su olfato.

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