La miga

Son pocas las respuestas a la crisis económica por parte de las grandes empresas. Bancos y constructoras, pilotos del crecimiento, pero también del hundimiento por más que silben mirando para otro lado, no dan opción. Cierre o fusiones donde el débil es engullido. Lástima que los hogares no puedan juntarse, mudarse a un piso único, fusionar tres hipotecas en una y beneficiarse además de los descuentos por familia numerosa. No funciona, la gente es particular y aspira a un dormitorio propio. Además, nadie parece asumir que toda asociación es una renuncia.
La mal llamada fusión entre Telecinco y Cuatro, tras ser autorizada con límites por Competencia, ya se ha cobrado insignias del canal menor como la Campoy o Ana García Siñeriz, que dejarán la mañana televisiva para tomarse el día libre. Otros presentadores y formatos saltarán de una parilla a otra hasta conformar dos sellos renovados o sería mejor decir recauchutados. Después de estas transfusiones, identificaremos bajo los logotipos dos maneras distintas de hacer una misma televisión. Las variaciones serán sutiles, pero significativas, respondiendo al perfil de un espectador que cada vez más, pese al mando a distancia, elige un canal como quien elige un color para las paredes de casa, con idea de aguantarlo una buena temporada.
Una cadena engullida por otra no es nunca una buena noticia para los espectadores. Empresarialmente esta anomalía es una decisión acertada, puede que hasta sirva para pagar este artículo, bendita sea, pero empobrece la oferta en abierto. Una tele ocupando otra es un ejercicio de optimización, de ahorro, de recorte. Cuando la tele en España lo que necesita es vuelo, riesgo, apertura, variedad, pluralidad. Si un mismo panadero compra las dos panaderías del barrio, la oferta en la zona puede que en apariencia no varíe, pero no faltará mucho para que se ahorre en la miga, se acorte la baguette y las barras sean sospechosamente iguales. Pierden los que saborean el pan. Y algunos seguimos empeñados en saborear la televisión.
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