Blasco contra sus desafíos
Creo que no será una temeridad afirmar que el consejero de Solidaridad y Ciudadanía, además de portavoz parlamentario del PP en las Cortes valencianas, decimos de Rafael Blasco, es uno de los más notables -si no el más calificado- de los políticos en ejercicio por su experiencia y tablas. También por su talento, a nuestro juicio, pero esta cualificación es muy subjetiva y habrá quien a la hora de considerarlo mezcle pecados y virtudes tratándose como se trata de un hombre público con tan larga e intensa ejecutoria y sucesivos sesgos partidarios.
Lo que no nos negará quien haya seguido con alguna atención su itinerario biográfico es la percepción primeriza que como gobernante tuvo de la importancia de los medios de comunicación en la vida pública. No en balde sufrió como nadie su aguijonazo calumnioso y también pudo percatarse como pocos de las ventajas del pluralismo democrático en el ámbito mediático. Fue víctima de una insidia escandalosa, pero también se benefició de los alegatos y opiniones periodísticas que apostaron por su honradez. Lástima que como prohombre del Gobierno valenciano no haya roto una lanza por el contraste de pareceres en la TV autonómica que mangonea su actual partido.
Ahora, en lo que cabe suponer que es el crepúsculo de su densa vida política, nuestro personaje afronta unos desafíos extraordinarios como hombre fuerte y mascarón de proa de un partido, el PP, que, como es sabido, está hecho unos zorros por la mediocridad de su elenco directivo, el despilfarro de recursos, el marasmo de su gestión, el descrédito y el cerco judicial a que está sometido. Citar al presidente Francisco Camps, responsable último de este fracaso, puede ser procedente, pero no deja de ser a nuestro juicio una concesión al sadismo. Pero este es, en suma, el paquete que le han endosado a Blasco en el último fulgor de su dilatada brega pública: defender a ultranza -y nunca mejor dicho- este vergonzante legado, y voto a bríos -como diría el Guerrero del Antifaz- que lo hace con una desenvoltura digna de mejor causa. Admirable profesionalidad, exhibición olímpica de cinismo.
Una eficiencia tanto más notable cuando el mismo consejero ha de sacar simultáneamente pecho por una millonaria subvención otorgada por su departamento para cooperar al desarrollo de Nicaragua. Una operación que debió ser transparente y unánimemente celebrada, pero que ha dejado demasiados flecos confusos y reticencias. Se aduce que se han cumplido las formalidades y que los trámites se ajustan a la legalidad, pero como puso de relieve en las Cortes la síndica parlamentaria del grupo Compromís, Mónica Oltra, hay trámites y pagos cuantiosos que pugnan con el sentido común. Eso no obsta para que la consejería implicada trate de eliminar esta estela de sospechas instando la rectificación de noticias publicadas, interponiendo demandas y promoviendo complicidades. Está en su derecho, pero será difícil aventar el tufo a trampa, a impericia burocrática o a ambas que destila esta iniciativa, por describirla de algún modo.
Y otro frente llamativo, pero no menos beligerante, es el acoso judicial al que viene siendo sometido el portavoz parlamentario socialista, Ángel Luna, objeto de unas acusaciones pintorescas, pero, en realidad, reo de su propia dialéctica implacable. No habría de extrañarnos que un lema de los populares fuese "delenda est Luna", empeño en el que no se andan con rodeos, sin importarles siquiera hacer el ridículo judicial. Son implacables.
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