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Columna
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Se busca

Después de Bin Laden, Julian Assange es el tipo más buscado del planeta. Esta semana ha puesto patas arriba toda la diplomacia internacional al revelar sus secretos mejor guardados. El fundador de Wikileaks se ha granjeado unas cuantas amistades peligrosas. La Interpol ha emitido contra él una orden de detención internacional; Suecia le ha denegado el permiso de residencia; el Pentágono y el FBI lo tienen en su punto de mira. Y por si esto fuera poco, las multinacionales, el régimen chino y la Iglesia de la Cienciología lo han declarado objetivo número uno. Es casi imposible no sentir simpatía por un individuo con enemigos tan poderosos.

Assange es australiano, mide casi dos metros, tiene 39 tacos, el pelo blanco y una voz especialmente educada para administrar el silencio. Él y los suyos son autores de la mayor filtración de documentos secretos en la historia de EE UU. Seguramente recordarán las espeluznantes imágenes de un helicóptero Apache del ejército americano disparando en un suburbio de Bagdad sobre una furgoneta con dos críos dentro y contra un grupo de civiles, entre ellos un fotógrafo de Reuters. El vídeo fue colgado en YouTube y dio la vuelta al mundo. En pocas horas fue visto por cuatro millones de personas y en dos días generó más titulares de prensa que la muerte de Lady Di. No es de extrañar que la agencia americana de inteligencia tenga un equipo dedicado a ocuparse de él las 24 horas del día y presione a Gobiernos de terceros países como Suecia para que estrechen el cerco. Prueba de ello es que el país de Stieg Larsson ha emitido contra él una orden de busca y captura por presunta violación. La realidad imita a las novelas.

Julian Assange se parece más que un poco a Lisbeth Salander. Su perfil no responde para nada a un tipo convencional. Es bastante guapo, habla de sí mismo en tercera persona, proyecta una visión del mundo conspirativa y posee una personalidad complicada. Además de motero, tiene un pasado de hacker, de crío consiguió entrar jugando en el sistema de la compañía telefónica canadiense y armó la de Dios. Su historial familiar también guarda semejanzas con la protagonista de Millennium. Cuando era adolescente tuvo que vivir a salto de mata, mientras huía con su madre y su hermano de un padrastro violento y adicto a las drogas.

A lo mejor Assange no es la clase de individuo que una elegiría para pasar un fin de semana tranquilo. Pero no se puede negar que ha revolucionado el concepto de periodismo. Gracias a Wikileaks es posible acceder a documentos de interés público sobre Gobiernos, bancos u otro tipo de mafias, lo que indudablemente significa un tanto a favor de la sociedad civil. Lástima que esta vez el protagonista no tenga muchas posibilidades de llegar a viejo.

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