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Reportaje:

Feliz renuncia a la independencia

Federer recoge los frutos de su decisión de recurrir a la ayuda de dos técnicos

El lobo solitario murió antes de vencer a Rafael Nadal en la Copa de Maestros. Al cabo, el suizo Roger Federer tuvo que mirar hacia su banquillo. Desde finales de 2008, el número dos del tenis mundial se movió solo por el circuito, orgulloso de llevar el timón de su destino. Esto es lo que ocurre. A los éxitos de 2009 (tres títulos del Grand Slam) les sigue un 2010 de más a menos. Severin Luthi, el capitán del equipo suizo de la Copa Davis, le acompaña sin hablar mucho. Tiembla el mundo: tras 23 semifinales grandes seguidas, Federer pierde en los cuartos de Roland Garros y Wimbledon. ¿Qué hacer? ¿A quién llamar? A Paul Annacone, el ex técnico de Pete Sampras. Llega en agosto. Desde entonces ha ganado cuatro torneos (Cincinnati, Basilea, Estocolmo y la Copa de Maestros), ha llegado a dos finales (Canadá y Shanghái) y a dos semifinales (Abierto de Estados Unidos y París-Bercy).

"Me han aportado confianza. Necesitaba recuperarla", explica el tenista suizo

¿Cómo ha sido pasar de la soledad a tener dos pepitos grillo? "Intenso. Ha habido muchos sacrificios", explica Federer, exultante tras su triunfo, aún añorante de su independencia, y gestor además de un complicado sistema de equilibrios. "Todos nos entendemos muy bien. Paul no está en todos los torneos, pero seguimos en contacto. Para mí, era importante pasar tiempo solo con Seve, también tiempo solo con Paul y, a la vez, que en otros momentos del año estuviéramos los tres juntos", prosigue; "eso lo hemos conseguido. Pasó, por ejemplo, en París-Bercy. Y me ha ayudado mucho. Estoy contento de que Paul haya estado en Londres".

¿Qué le ha aportado la nueva combinación de su equipo? "Confianza. Necesitaba recuperarla. Durante la gira de tierra y la de hierba no fui capaz de ganar ningún torneo. Fui un poco pasivo. Cuando llegó el cemento, me empecé a mover mejor, a sentirme bien física y mentalmente. Estoy seguro de que Paul me ha ayudado en eso. También Severin. Al final, mi cuerpo ha podido aguantar todo lo que he jugado: cinco competiciones en las últimas siete semanas. Ha sido muy intenso. Estoy cansado. Exhausto... ¡Pero a quién le importará eso dentro de 20 años! Estoy feliz".

La felicidad de Federer nace del esfuerzo psicológico, de cambiar los viejos hábitos. Por primera vez en sus últimos duelos con Nadal, no abandona el plan de ataque. Sigue confiando en la estrategia cuando el partido se empina -"nunca fui por detrás, no hubo razón para el pánico", dice-.

Con empate a una manga, no surge el Federer que carga a la red de forma suicida ni el que se tapa el revés con la derecha sin que importe el momento, el lugar o la pelota con la que se cita. Ni un segundo para el rival. Hay que robarle el tiempo. Ataque, ataque, ataque... Fue el sello de Annacone. Un empujoncito. Pero decisivo para recuperar la mejor versión del genio suizo.

Roger Federer, con el trofeo de ganador de la Copa de Maestros.
Roger Federer, con el trofeo de ganador de la Copa de Maestros.AFP

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