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ELECCIONES CATALANAS | Resultados
Columna
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El giro a la derecha se suma al haraquiri

Enric Company

La alternancia se ha cumplido y Cataluña volvió ayer a lo que los nacionalistas consideran la normalidad. El Gobierno de la izquierda ha durado siete años y los electores han considerado que eran ya suficientes. Siempre se ha dicho que las elecciones las pierden los Gobiernos más que ganarlas la oposición de turno, y siendo así también en este caso, lo cierto es que la victoria lograda ayer por CiU tiene un gran mérito. El centro derecha nacionalista ha superado con éxito un envite en el que desde 2003 sus adversarios soñaron con trocear su electorado y repartírselo entre ellos: una parte para ERC, otra para el PSC, otra para el PP. Su líder, Artur Mas, ha demostrado ser un timonel capaz para esta travesía después de que CiU pasara a la oposición. Suyo es el éxito.

El socialismo catalán y la izquierda no han podido sumar los votos del vector PSOE en las elecciones autonómicas
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El giro a la derecha del electorado catalán ha hundido a la coalición de izquierdas gobernante, que se presentaba en orden disperso y contradictorio. De contar con 70 escaños en el Parlament, la izquierda ha pasado a sumar 48, una pérdida de 22.

No ha sido ninguna sorpresa. Es lo que les ocurre en los últimos años a las izquierdas en toda Europa, casi sin excepciones, aunque algunas hay. Los electores progresistas contemplan estupefactos cómo los Gobiernos de izquierdas reaccionan a una crisis económica provocada por las políticas neoliberales aplicando las recetas de la derecha neoliberal y esta situación se traduce en una desorientación que lleva a muchos de ellos a la abstención. España no es un caso aparte, y el socialismo gobernante recibió ayer un serio aviso en uno de sus feudos históricos.

Pero las elecciones de ayer tienen una clave catalana muy específica. Son el punto final a una cierta irresponsabilidad de los principales dirigentes de los tres partidos aliados, aunque no de todos. Todos supieron hilar fino en la última etapa de la presidencia de Jordi Pujol, cuando el agotamiento de su proyecto pesaba ya sobre el país de forma evidente. Supieron levantar una alternativa. En la primera legislatura, bajo la presidencia de Pasqual Maragall, demostraron que eran un Gobierno de cambio. Fue la etapa en que, precisamente por ser de cambio real, un Tribunal Constitucional prisionero del PP ha recortado en todo lo que ha podido.

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Pero en la segunda legislatura de la alternancia que acaba de terminar, en cambio, los tres partidos de la izquierda ha demostrado una capacidad asombrosa para cavar la tumba de su Gobierno. Un auténtico haraquiri. Aunque hayan gobernado bien, no han sabido hacer política. No se trata de negar los méritos de CiU y Artur Mas para retornar al Gobierno de la Generalitat, pero una alianza política gobernante en la que alguno de sus integrantes antepone su programa máximo al proyecto compartido está condenada. Un Gobierno que en la sociedad mediática es incapaz de tener un portavoz, oficializando así la desconfianza entre los aliados, está condenado. Un gobierno que no se defiende en situaciones de crisis porque alguno de sus miembros cree que el desgaste de otro socio le beneficiará, como le ha sucedido a este una y otra vez, está condenado. Un Gobierno con un presidente que ejerce de puertas adentro, pero se abstiene de ejercer el liderazgo de puertas afuera hasta pocos meses antes de las elecciones, está condenado.

Los dirigentes de la izquierda saben esto desde hace mucho tiempo. Si para todos ellos es grave, para los socialistas lo es más. Una de las cosas que le ocurren a la izquierda en Cataluña es que en las elecciones generales cuenta con todos los vectores posibles, llámense PSOE, PSC, ERC, ICV o EUiA, vayan juntos o por separado, pero no puede contar con alguno de ellos en las elecciones autonómicas. Por lo que se ve, el vector PSOE es inoperativo, o muy poco eficaz, en las autonómicas. Esto es fatal para el PSC, pero termina siéndolo también para el conjunto de la izquierda, como acaba de verse. Para el PSOE eso significó poder contar con la friolera de 1,5 millones de votos (25 escaños) en las pasadas legislativas. Es la ventaja que ofrece poder sumar los vectores PSC y PSOE. La ausencia de los votos del vector PSOE dejó ayer al PSC compuesto y sin novia, tirado en la cuneta. Algunos dijeron que José Montilla y Celestino Corbacho eran la cara del PSOE en el PSC. Ha resultado que no.

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