Ser 'hipster' en España
"Un moderno español es alguien que ha copiado algo a alguien que a su vez lo copió a otra persona, pero dos años antes aproximadamente" (Joaquín Reyes).
"Nos vestíamos con ropa de verdad, no como putos mecánicos, que era el uniforme oficial de las bandas de la movida. Cada vez que bajábamos a Madrid nos partíamos el culo con lo que llevaban. '¿Dónde habéis comprado eso?', preguntaban. Putos pringaos. Un ex colega fue a la cárcel por narcotráfico. Al salir, decidió que lo de la droga era peligroso: se iba a dedicar a importar ropa moderna de contrabando". Así resume Jorge Ilegal, un tipo al que jamás nadie pudo acusar de seguir moda alguna, cómo de frustrante podía ser tratar de adherirse a la estética de cualquier movimiento juvenil en la España posfranquista.
A pesar de que hoy puede resultar harto complejo diferenciar un moderno londinense de uno argentino, sigue existiendo una idiosincrasia local que ejerce de filtro. Esta puede manifestarse en la nomenclatura de las cosas (floggers, hipsters, bobos ), en el éxito o fracaso de algunas tendencias (el ruralismo estético a rebufo de Fleet Foxes no cuajó aquí, del mismo modo que el punk poético y yonqui de Pete Doherty jamás despegó en EE UU) e incluso en el modo en que uno vive su propia modernidad (en Francia es seria y analítica, en EE UU está más ligada a las posibilidades de proyección profesional y en España es infantil, irónica y resabiada). "Aquí no cuaja nada que no tenga que ver con los ochenta y la movida. Las nuevas generaciones vuelven a esa cultura una y otra vez", apunta la ilustradora y dj Silvia Prada. Entre matar al padre y acostarse con la propia madre, nuestra modernidad escogió lo segundo. Y ahí estamos, 30 años después, con Alaska en portada.
El gafapasta, cada vez más presente aquí, es el intento de dotar de conocimiento académico al moderno y de imponer al resto sus gustos como si de verdades universales se tratara. Ha terminado en caricatura. Su reinado arranca con el logro de convencer a la masa de las bondades de Lars von Trier o Björk pero empieza a ser cuestionado con el advenimiento de la doctrina hooligan: "No lo entiendo, es una mierda".
"Barba o bigote, cortes de pelo imposibles, American Apparel, skinny jeans, tabaco de liar y parecer todos gays". Estos son, según Silvia Prada, algunos de los elementos globales que han cuajado aquí. "En España se lleva más el sentirse miembro de un grupo que el individualismo. Ahora, en Nueva York hay mucho rollo dandi. Aquí no creo que cuaje, ya que en EE UU los hipsters —al menos, muchos de ellos—tienen oficio y beneficio", sentencia el fotógrafo Icanteachyouhowtodoit.
"El humor chanante ha conectado con los modernos porque están acostumbrados a que les gusten cosas que no terminan de entender", apunta Joaquín Reyes, que ha apelado a la broma cultureta y a la nostalgia ochentona desde parámetros ibéricos. Un cóctel genial de surrealismo patrio, metafísica rural y sociología pop. El éxito de su propuesta corre paralela al éxito de bandas como Los Punsetes o Klaus&Kinsky y a la recuperación del español como idioma oficial del indie patrio.
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