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Columna
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Memoria

Si la fuerza es la alegría de la juventud, las canas constituyen la dignidad de los ancianos, dice Biblia. Y hoy, como ayer, hay muchas canas que merecen respeto. Canas dignas fueron sin duda las del escritor León Tolstói, muerto hace ahora cien años. Un novelista sin fronteras que supo de guerras y paces, de la condición humana, de luchas contra la censura y por la libertad de expresión, de solidaridad y anarquismo evangélico, de enfrentamientos con la hipocresía de los todopoderosos popes ortodoxos en la Rusia zarista. Un visionario al que excomulgaron los obispos, y al que enterraron sin cruces y sin clero. Con los años y las canas Tolstói cruzó la línea tenue que distingue a un escritor humanista de un filósofo de la vida que observa a sus semejantes. Los clásicos afirmaban que con la edad nos volvemos más sabios, y quizás ocurre tal cosa, si los achaques no nieblan la memoria.

Enfrascado en los amores de Andrei y Natacha, en las batallas al compás de la Marsellesa y en el moralismo sexual de La sonata de Kreutzer, la celebración muy privada del centenario de la muerte de Tolstói hace que casi nos pasen por alto las declaraciones públicas del anciano Enrique Monsonís. Las canas del que fuera presidente de la Generalitat Valenciana durante la transición son unas canas bastante de derechas y muy dignas de respeto. Monsonís que ronda los ochenta no nació en el seno de una familia aristocrática, como Tolstói, pero sí fue el vástago de un acomodado clan de comerciantes emprendedores de Borriana. Gentes laboriosas y valencianas que hicieron patria y país antes de dedicarse temporalmente a la política. La biografía y la ideología del burrianense Enrique Monsonís se impregnó del liberalismo del FDP alemán durante su larga estancia laboral en Centroeuropa. Con lucidez absoluta, este batallador de la naranja se despacha en sus declaraciones sobre la lastimosa situación actual de la política y los políticos valencianos: la falta de transparencia en los gastos con cargo al erario de todos; la honradez y honestidad de los personajes públicos que brillan por su ausencia; el mucho rigor y control del dinero de los contribuyentes que él tuvo mientras detentó la presidencia de un Consell con escasas competencias, y el desaguisado de los grandes proyectos y las astronómicas inversiones del Consell actual, que Monsonís habría destinado a mejorar el comercio, la industria y las infraestructuras. Cuando se le pregunta por los casos de corrupción y los problemas judiciales de no pocos de los políticos que nos gobiernan en estas estrechas tierras valencianas, las canas de Enrique, a las cuales no les falta memoria, hablan del riesgo que supone la escasa formación política de muchos de los votantes valencianos; falta de formación que exime a muchos cargos públicos de la exigencia de honestidad. Las liberales canas de Monsonís no andan faltas de claridad ni memoria, aunque son discretas, poco conocidas y no suelen aparecer por los juzgados.

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