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Reportaje:

Sin huellas de 'Elvira' y 'Parrula'

Las 'vacas locas' son solo un mal recuerdo en las granjas que hace una década registraron los primeros casos - Este año ha habido cinco positivos en Galicia

"Todo aquello fue propaganda. Si algo hubo aquí, solo fue un caso, nada más. No volvió a haber problema alguno", rumian María y José en su cuadra de Rial de Cuns, una aldea apartada de Coristanco (A Coruña). La desconfianza en la Administración está fuertemente enraizada en este matrimonio, dueño de la pequeña explotación ganadera donde vivía Elvira, la primera vaca loca española. Se cumple diez años de la temida epidemia. Una década, 775 casos en todo el país y cinco personas oficialmente fallecidas de la versión en humanos del mal de las vacas locas. Inmersos en la rutina de toda una vida dedicada a criar vacuno "para carne", ni María Castro ni su esposo, José Souto, habían reparado en la efemérides de lo que vivieron como una tragedia que ahora dan por olvidada. Ni por asomo creen que el mal que les obligó a vaciar su granja hace diez años siga en activo. Y menos en su entorno.

"Todo aquello fue propaganda", dice María, dueña de una de las infectadas
Una de las granjas ya cerró y en otra solo tienen una res "para pasar el rato"

Sin embargo, así es. Este año, 12 reses cayeron en España víctimas de la encefalopatía espongiforme bovina (EEB). Cinco eran gallegas, la comunidad con mayor incidencia de una enfermedad en franca remisión pero aún vigente. El último caso se confirmó el pasado 1 de noviembre. Era una vaca de raza mestiza de 12 años que, como Elvira, pastaba en alguna finca de Coristanco. "Aquí granjas hay, pero ninguna tuvo nunca problemas, aunque si lo tuvo, tampoco dirían nada", razona María con una sonrisa de medio lado. El mal ahora se vigila y se controla con un estricto plan europeo y bajo absoluto anonimato.

Nada que ver con la alarma social y el revuelo mediático que se desataron cuando el Gobierno hizo, aquel 23 de noviembre de 2000, un anuncio mantenido en secreto casi tres meses: España se convertía en el undécimo país afectado por la enfermedad nacida en Reino Unido una década antes al confirmarse dos casos, ambos en Galicia: Elvira, una vaca de ascendencia austriaca que nació y vivió en pequeñas granjas de Cabana de Bergantiños y Coristanco, y Parrula, inquilina de una cuadra de Carballedo (Lugo). En aquellos primeros momentos, por prevención ante una epidemia que se cree causada por alimentar a los rumiantes con piensos elaborados con restos animales, se sacrificaban automáticamente todas las cabezas de ganado que hubieran compartido alguna vez establo con una vaca loca.

Las 46 compañeras de Elvira y Parrula en las tres pequeñas explotaciones fueron llevadas al matadero. "Mucho sufrimos entonces", recuerda María. Su marido se cerró en banda cuando llegaron los veterinarios para llevarse las 14 reses que tenían. Hubo que pedir una orden judicial para vaciar la granja. Solo quedó desolación y, en el congelador, un ternero, hijo de Elvira, que habían matado días antes para consumo de la familia. Se lo dejaron porque la encefalopatía solo se desarrolla en reses mayores de 24 meses. "Estaríamos todos muertos si estuviera realmente malo, los pequeños bebieron leche de la vaca y nadie enfermó", subraya José. Tampoco recuerda rarezas en Elvira, comprada un año antes a la cercana explotación de Erundina Negreira, en Cabana, y enviada al matadero el 31 de agosto de 2000 con acusada flojera en las piernas y rigidez de la cabeza, síntomas de la enfermedad. Ni quiere mentar las visitas de funcionarios de la Xunta que durante dos meses se sucedieron, muchas veces de noche, porque el animal, decían, "tenía problemas". "El Gobierno hace siempre lo que quiere, pudo robar las vacas que daba igual".

Pasados tres meses de cuarentena, una desinfección exhaustiva de las cuadras y embolsadas las indemnizaciones, se repoblaron las tres explotaciones ganaderas. Sus dueños retomaron la rutina de una actividad a la que dedicaron sus vidas. Aunque solo permaneció activa la de Coristanco. En Cabana, Erundina, ahora viuda, echó el cierre cuando enfermó su marido en 2005. Y José Vázquez, en Carballedo, al poco de reponer las ocho reses sacrificadas, tuvo que renunciar porque se declaró otra epidemia, sin relación con el mal de las vacas locas.

"Y tú, vuelves a salir en la misma propaganda. ¡Mira que te gusta!", lanza con picardía José mientras María posa para el fotógrafo junto a Borralla y su "hermoso" ternero, de siete meses. Son las únicas reses que la pareja, recién jubilada, conserva "para pasar el tiempo". Con el dinero de las vacas locas repoblaron su granja con una decena de crías que ahora, tras superar los 10 años, "empezaban a no rendir" y las fueron "echando al matadero". José no quiere ni oír hablar de quedarse sin vacas. "Dice que no sabría qué hacer, nació con eso. Yo también, pero a mí me cansa", confiesa María. Borralla, que debe su nombre al color y a su carácter -"tiene mala leche"-, sigue en la estela de Elvira. Misma rutina, mismo establo, misma alimentación. "Nunca cambiamos nada, el pienso siempre fue el de la cooperativa, mezclado con maíz de la casa". Las vacas locas aquí no dejaron huella.

"No hay que bajar la guardia hasta el final"

Cuatro o cinco años puede tardar aún en desaparecer totalmente el mal de las vacas locas, calcula Juan José Badiola, la máxima autoridad en España en la materia. "Acabar con una enfermedad no es fácil porque siempre puede haber factores que se nos escapan, y por eso es muy importante que ahora que está remitiendo sin duda el número de casos, no bajemos la guardia hasta el final", dice el director del Centro Nacional de referencia de las Encefalopatías Espongiformes Transmisibles.

Hay que mantener todas las medidas impuestas por el plan de vigilancia y control que tan excelentes resultados está dando, subraya Badiola, para eliminar tanto el contagio en bovinos como en humanos. El pico de la enfermedad fue en 2003, con 167 casos, y desde entonces no ha dejado de decrecer (25 en 2008, 18 en 2009 y 12 este año).

España, sin embargo, sigue siendo, después de Portugal, el segundo país con la mayor tasa de incidencia. Registra 5,93 casos autóctonos por millón de bovinos de más de 24 meses, según la Organización Mundial de Sanidad Animal. "Somos optimistas, esto remite, sin duda, pero no podemos echar las campanas al vuelo, sería un grave error". Galicia, concentra el 40% de los casos (303 en 10 años) de España.

En cuanto a la variante humana de la encefalopatía, la cifra se mantiene sin variaciones desde 2008: cinco víctimas, cuatro mujeres y un varón que comieron carne contaminada. En un único caso, tenían relación, una mujer y su hijo de León. "Tampoco sabemos si son los únicos porque no es obligatorio hacer la autopsia y solo así se puede confirmar".

En opinión de Badiola, la contaminación más intensa de los piensos cárnicos se dio a mediados de la pasada década, y por eso "la aparición de la enfermedad es más tardía y se da ahora en animales cada vez más mayores, resistentes genéticamente". Y otro "aviso a navegantes": "No podemos dar marcha atrás en los grandes avances sobre la trazabilidad de la carne". Los piensos contaminados nacieron en Reino Unido, cuando, por la crisis del petróleo, el Gobierno decidió ahorrar energía y dinero cociendo a menos temperatura los restos cárnicos procedentes de mataderos. "No vayamos a hacer cambios ahora con la crisis. Traería consecuencias terribles".

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