Dos siglos de guerra contra el mar
El corazón de A Coruña está asentado sobre terrenos ganados con rellenos al Atlántico o a la arena de sus dos bahías, pero a veces gana la batalla el océano
Más de dos siglos de batallas lleva A Coruña con el mar que la rodea. Unas veces gana la ciudad, con sucesivos rellenos para ir creciendo en el estrecho istmo que conforma su corazón urbano. Pero en ocasiones se impone el océano, que con cierta regularidad da toques de atención, a golpe de temporal, para recordar que se ocuparon terrenos que eran de su dominio hasta hace apenas un par de décadas. El último episodio ocurrió en la madrugada del pasado martes, cuando las olas de la ensenada de Riazor-Orzán se llevaron por delante tramos del paseo marítimo. "El mar siempre vuelve a adueñarse de lo que le roban", dice una máxima muy extendida entre los coruñeses más veteranos. Y también los que no lo son tanto.
A la ría se le restó una superficie equivalente a siete campos de fútbol
Se sacrificaron playas como la de Lazareto o la de O Parrote
Muchos edificios están equipados con un sistema para bombear agua
Hasta mediados del siglo pasado la ciudad creció dando la espalda a Riazor
La ciudad perdió otrora importantes playas en las últimas tres décadas, como la de Lazareto, totalmente asfaltada, o la que estaba al pie del hotel Finisterre, en O Parrote, y que hoy acoge un complejo privado de piscinas y gimnasios. El corazón de A Coruña, situado en un istmo originalmente estrecho abrazado por dos bahías, una interior (la ría) y otra exterior (las playas Riazor y Orzán), está en gran parte asentado o sobre la arena de su ensenada o sobre terrenos ganados al mar mediante rellenos de una superficie equivalente a siete campos de fútbol en su otro seno marítimo, el que acoge el puerto. Este, en toda su extensión, está construido sobre el agua, como también lo están la hilera de edificios oficiales, como la Diputación, Correos, la Jefatura de Policía, Aduanas o el Palacio de Congresos (Palexco) y un centro comercial, el último ejemplo de pantalla de cemento en el corazón de la fachada marítima de la A Coruña.
El primer gran relleno data de 1872, cuando para ensanchar una ciudad de apenas 15.000 habitantes repartidos en la Ciudad Vieja (entonces llamada Alta) y el istmo del barrio de Pescadería así como para dotar de una mínima infraestructura a su puerto ya importante pero asfixiado por falta de instalaciones, se decidió asfaltar 3.000 metros cuadrados robados al mar de la ría y se creó el gran corazón verde del centro, los hoy nobles jardines de Méndez Núñez y una explanada con un embarcadero. "Los jardines del relleno" los llaman aún muchos coruñeses. El mar, con varios arenales hoy desaparecidos, prácticamente llegaba hasta los edificios de galerías de la Marina hasta principios del siglo XX. Y muchos de los edificios de los Cantones, frente a los jardines, están equipados con un sistema de bombeo del agua de mar. Uno de los inmuebles más destacados de A Coruña, la sede del Banco Pastor, que cuando se inauguró en 1918 era el edificio más alto de España (38 metros), está cimentado sobre pilotes de madera asentados sobre la arena.
Coruñeses nacidos en las décadas de los 50 y 60 recuerdan perfectamente, siendo niños, los arenales de la ensenada de Riazor y Orzán (allí donde la madrugada del pasado martes el mar derribó 164 metros de la pesada balaustrada del paseo marítimo y bancos de piedra), que ocupaban toda una franja costera hoy completamente edificada. A espaldas del instituto Eusebio da Guarda, en la plaza de Pontevedra, había fábricas de madera y de cuero, estuvo la compañía de gas, el matadero, chabolas... "Cuando había temporal el mar batía contra las casas", recuerda Marina, que vivía en un edificio entonces en primera línea del Orzán. La calle de los pubs y donde está hoy la sede de Hacienda eran hasta la década de los 60 mar y playa. Hasta mediados del siglo pasado, la ensenada de Riazor-Orzán era "la parte trasera de la ciudad, que daba la espalda" a su bahía más expuesta a los temporales por estar a mar abierto, cuenta el director de Urbanismo de la Escuela de Arquitectura, José González-Cebrián.
A Coruña, como era históricamente habitual en Galicia, creció y se desarrolló hasta entonces ganando terrenos sobre el mar en su zona más protegida, la ensenada de la ría. Pero, a partir de la década de los sesenta, empezó a expandirse por su otra fachada marítima, la bahía de las playas, edificando sobre arenales. La silueta de esa cara de la ciudad apenas varió, a diferencia del contorno de la ría que sí fue rellenado, y es, advierte el experto urbanista, normal que urbanizar la parte más expuesta a los temporales conlleve riesgos.
"La naturaleza está ahí, es de sentido común pensar que las ciudades expuestas al mar abierto van a sufrir problemas", remarca González-Cebrián. El paseo marítimo de Riazor-Orzán es la zona de cota más baja de A Coruña y, aunque se levantó un poco el muro, "cuando hay temporales, las olas rompen donde antes había arena y hoy está la balaustrada del paseo".
Balaustrada resistente al oleaje
Desde que A Coruña estrenó en 1992 el paseo marítimo de la ensenada de sus playas más emblemáticas, Riazor y Orzán, ya van seis veces que las olas, en días de temporal, se llevan por delante tramos de la ancha balaustrada de hormigón. El último episodio, el pasado martes, se saldó con la destrucción de 164 metros, además de varios bancos de piedra arrancados y múltiples destrozos en otro mobiliario urbano. El mar abierto de esa bahía coruñesa volvió a rugir y a recuperar por unas horas parte de sus antiguos dominios.
Y eso que hacía menos de cinco meses que se realizó una extraordinaria operación de ampliación de esos arenales, a golpe de relleno con toneladas de arena de caolín, con el objetivo de ganar cientos de metros adicionales para estirar las toallas de los bañistas y también, argumentó la Demarcación de Costas, para alejar las olas del mar del paseo y evitar lo que precisamente volvió a repetirse la pasada semana. Tan optimistas estaban los técnicos del Ministerio de Medio Ambiente (que se gastó 8,3 millones de euros en ensanchar los arenales de A Coruña) y el Ayuntamiento de la ciudad que, por primera vez en muchos años cuando empieza la temporada de temporales, no se montaron dunas de arena en las playas para hacer de barrera al mar.
"El relleno no sirvió para alejar el oleaje", sentencia el catedrático de Urbanismo José González-Cebrián. En la Escola de Enxeñería de Camiños, Canais e Portos, se desempolvan viejos proyectos que proponían construir un dique sumergido en el mar de ambas playas para que rompiesen las olas y éstas, cuando estuviese el mar embravecido, llegasen debilitadas hasta los pies del paseo marítimo. "Hay fórmulas para proteger artificialmente una ciudad que urbanizó su fachada expuesta al mar abierto, pero es costoso y difícil", advierte González-Cebrián.
El Ayuntamiento, ahora, se plantea por primera vez cambiar el diseño de la balaustrada por una más diáfana que ofrezca menos resistencia al mar que la actual, como tienen otras ciudades marítimas. Pero está por ver qué Administración costeará el proyecto. Y probar si funciona.
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