Terrorismo de Estado
Hay terrorismo de Estado. ¿Alguien es capaz de ponerlo en duda? Lo practican numerosos Gobiernos iliberales amigos y socios de los países europeos. Y también lo practican Estados democráticos: nuestro adorado Obama, sin ir más lejos, mantiene la autorización de asesinatos selectivos en Afganistán e incluso Pakistán, que ha incrementado en proporciones espectaculares en comparación con la etapa de Bush. Muchas de estas acciones ni siquiera son militares, sino que corren a cargo de la CIA y se realizan mediante drones o aviones no tripulados, dirigidos desde una base en territorio norteamericano.
La Unión Europea, con su Carta de Derechos Fundamentales en la mano, es el territorio del derecho y de las libertades, donde no caben este tipo de prácticas. Alguien la definió hace años como el territorio libre de la pena de muerte. No se puede unir si no es por el derecho, patrimonio que viene de la misma Roma, y no hay derecho cuando prima la razón del más fuerte, que aplicada al poder político se convierte en la razón de Estado. De ahí el multilateralismo europeo en política, su sometimiento a la legalidad internacional y su preferencia por el poder blando.
Con la caída del muro de Berlín pudimos creer que este dibujo europeo pasaría del territorio brumoso de las utopías al de las realidades tangibles y eficaces. No sirvió nuestro sometimiento al derecho para resolver las guerras balcánicas con rapidez y eficacia. Hubo que contener a Serbia y evitar el genocidio en Kosovo sin el auxilio de la ley internacional. Pero luego empezó una nueva pendiente en la restricción de derechos. Sucedió en las Azores, cuando varios países europeos se implicaron en la ilegalidad de la guerra de Irak. Siguió cuando algunos nuevos socios acogieron las cárceles secretas de la CIA y muchos otros autorizaron los vuelos y las entregas extraordinarias de sospechosos de terrorismo. Y luego llegó el turno a los inmigrantes, a los que se puede mantener bajo privación de libertad sin juicio hasta 180 días, según una directiva europea. O las expulsiones por motivo de raza en Italia y Francia.
El GAL dejó de actuar en 1987, el año en que España empezaba a integrarse en las instituciones europeas. El debate sobre el terrorismo de Estado regresa justo cuando se nota en todo el mundo un regreso de los Estados soberanos, con sus intereses nacionales y sus razones de Estado a cuestas. No sabemos si el sueño europeo se ha eclipsado momentáneamente o se ha desvanecido del todo; en todo caso, apenas rige como utopía conductora. Suspendida su vigencia, esas palabras tan polémicas de Felipe González nos recuerdan que siguen vigentes los dilemas morales que se le plantean a un gobernante cuando hasta su teléfono, el último, llegan las propuestas ilegales de Maquiavelo.
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