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Crítica:DANZA | COPPÉLIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Extravagancias moscovitas

El más esperado de los estrenos de esta temporada del Ballet Clásico de Moscú en Madrid era esta Coppélia, justificado por la escasez del título en nuestras carteleras, lo que no deja de ser otra ingratitud española más para con el ballet académico. Si estuviéramos atentos a las tradiciones propias, Coppélia era uno de los títulos favoritos en el Teatro Real (y en otros coliseos madrileños, como el Circo) en el siglo XIX y el propio Arthur Saint-Léon, que trabajó mucho en el Real, la repuso allí al menos en dos ocasiones. Esta vez ha sido un reencuentro decepcionante y plagado de extravagancias que rozan la vulgaridad.

Mal entendido como un ballet menor y despreciado por muchas bailarinas, compañías y directores, Coppélia es una joya relativa a una época específica del ballet: la del segundo imperio. Y nunca ha muerto en el repertorio activo, ni en Francia, donde nació, ni en Rusia donde se perpetuó, de la mano, como otros títulos, de Lev Ivanov y Marius Petipa (al final también el italiano Enrico Cecchetti hizo su parte).

COPPÉLIA

Ballet Clásico de Moscú. Coreografía: Natalia Kasatkina y Vladímir Vasiliov; música: Leo Delibes; escenografía y vestuario: Elizabeta Dvorkina.

Teatro Compac Gran Vía. Hasta el 14 de noviembre.

El estreno ha sido un reencuentro plagado de extravagancias

Su música fue elogiada por el propio Chaicovski, que la cita frecuentemente en sus ballets y que reconocía en Delibes a un gran músico que le había llevado a escribir para la danza. En todas las Coppélia actuales hay trazas, elementos, materiales, que corresponden a sus más antiguos genes, es decir, a la línea Saint-Léon y a la versión Petipa, lo que Kasatkina y Vassiliov respetan a medias en el primer acto, olvidan en el segundo y llegan al despropósito en el tercero.

El relato de aire gótico de Hoffmann El hombre de arena, sobre los autómatas y el siniestro Doctor Coppelius, fue transformado en un delicioso ballet que podemos situar entre el tardorromanticismo y el tránsito a los grandes ballets académicos. Todo debe ocurrir entre la plaza del pueblo y el taller de Coppelius, nunca aparece un salón palaciego más propio de La bella durmiente. La efectividad de los decorados y trajes de las primeras secciones se diluye en el dislate del último; el estilo brilla por su ausencia.

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Pero lo peor es violentar sin sentido del argumento, provocar una "realista" complicidad entre Coppelius y Swanilda es llevar demasiado lejos la manipulación. También es gratuito el ritmo coreográfico al que se somete a los bailarines, es despreciado el aire de vals o los rigores del adagio para hacer una exhibición física extrema y torpe de salto y calistenia muy a la rusa, pero que solo sirve cuando hay sustancia.

En el segundo acto, bailes canónicos como la giga escocesa y el bolero español son sustituidos por absurdidades y tópicos mal empleados. Los bailarines, que hacen lo que pueden, muestran sus cualidades dispersamente, pero a la vez dejan traslucir costuras y la falta de convicción, la que necesita tanto Coppélia como cualquier otra obra de danza para pasar a tener la categoría coréutica que la justifique, sobre todo si se trata de tocar un clásico.

Una escena de <i>Coppélia</i> por el Ballet Clásico de Moscú.
Una escena de Coppélia por el Ballet Clásico de Moscú.

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