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Reportaje:

Vigilia en el patio de recreo

Los adolescentes, mayoría en la espera para entrar en el Obradoiro

La madrugada del sábado en Compostela se vivió por barrios. En un paseo por la zona vieja se pasaba de bares a medio gas, a una zona comanche donde solo circulaban coches y agentes de la nacional entre pocas cafeterías abiertas pero vacías. Junto a la catedral, en el -por un día- territorio vaticano, el ambiente cambiaba: vallas, paciencia, frío, agentes y algún periodista. Todos mataban las horas hasta la apertura del Obradoiro.

De primeros, tres monjes benedictinos de Samos que entre la noche, la niebla y el hábito pasaban casi desapercibidos. Se adelantaron a la excursión del monasterio para asegurarse un sitio pero les atacó el frío y el sueño. Solo uno de ellos pudo dormir y entrar en calor gracias al saco que le prestó un peregrino. Él, quizás por los más de 1.000 kilómetros que recorrió hasta llegar a Santiago, dormía tranquilo. Entre el par de cientos de fieles que se entregaron a una improvisada noche en blanco dominaban los jóvenes. Un grupo de adolescentes de Valencia y Arzúa recurría a las canciones de campamento y a las charlas con los vecinos para acortar la noche. El párroco de la localidad gallega, antes en Valencia, es su punto de unión: un cura que destaca, dicen, por implicar a los jóvenes. "Ponlo en el periódico, que él ya salió en otros medios, en lntereconomía y La Gaceta". Un chico musulmán se les acerca y hablan de respeto y de que hay "un único dios". La charla se interrumpe cuando unos jóvenes pasan por la zona gritando que les "gusta follar". "A nosotros también", se escucha en los corros de jóvenes católicos que murmuran ante la "falta de respeto".

"Aguardábamos a mucha gente y en realidad hay cuatro gatos"

La animación musical corre a cargo de neocatecumenales que, entre sueño y sueño, sacan las guitarras. Sus vecinos, unos seminaristas murcianos, viven la espera rezando el rosario y amenazan entre bromas con despertar a los que duermen "con unos maitines". En la plaza de la Inmaculada, vecinos de Ponteareas realizaban desde la una la alfombra de flores que pisó Ratzinger. A contrarreloj y con paradas para tomar un vino, dibujaron la catedral y los escudos de Santiago, de Benedicto XVI y de su localidad.

Los que se arrepintieron de estar despiertos fueron los bares que apostaron por las 24 horas de negocio. "Esperemos que mañana [por ayer] haya más movimiento", dicen en la heladería que cambió el mostrador habitual por uno repleto de bocadillos. "Hoy no vendimos nada". En el bar contiguo la resignación pasa a indignación: "Nos engañaron como a chinos. No compraron nadiña". Los locales mejor situados, junto a los fieles que esperan, sí tienen más movimiento pero sólo venden "café, colacao, chocolate". Cosas que calientan el estómago pero no la caja. "El Papa no trajo mucha cosa. Esperábamos a mucha gente y en realidad hay cuatro gatos".

A los seis o siete nacionales que custodian cada entrada de las plazas de la catedral les escasea el trabajo. Solo alguna indicación, un "por aquí no se puede pasar" que los entretienen, así que bromean -"tienes que decir la palabra mágica para pasar"- y no evitan las charlas que proponen los que optaron por pasar la madrugada de bar en bar. "La Iglesia es un lobby. Aquí se pasaron con la seguridad. Es exagerado", escuchan con paciencia. "Sí, sí, pero no te puedo dejar pasar".

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Antes del amanecer ya estaban todos despiertos y los que no, corrían el riesgo de perder su sitio: jóvenes, señoras despistadas y monjas que buscaban un sitio entre los adormecidos revolucionaron la espera. "Si son justos, saquen a toda la gente que se ha metido", gritaba un hombre, crucifijo en mano, a los agentes. Una cuenta atrás a coro marcó el inicio de los cacheos para entrar en la plaza. Quedaban aún ocho horas de espera.

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