Litoral rock
No es infrecuente que el medio literario se interese por las letras de rock quizá como expresión de una especie de romancero popular actual y urbano. Lo que es menos frecuente es que una revista de poesía como Litoral, venerable y prestigiada revista emblemática fundada por miembros de la generación del 27, tenga la valentía de apostar por un lujoso monográfico sobre el tema. Litoral la fundaron Emilio Prados y Manuel Altolaguirre nada menos que en 1926 y, contra viento y marea, ha llegado hasta nuestros días. Por sus páginas desfilaron todos los miembros de la generación del 27. Sólo no pudo aparecer el gran Pedro Salinas y no porque no lo quisieran ambas partes, sino porque problemas de agenda imposibilitaron una colaboración que ya estaba en capilla. Toda la vitalidad, la luz y el color de la edad de plata de las letras, la pintura y la música españolas se paseó por allí en los años veinte. El archivo es impresionante: Alberti, Lorca, Cernuda, Aleixandre, Picasso, Bergamín, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Dalí, Falla, Gómez de la Serna, un inacabable etcétera. Ese etcétera continuó desde México en el exilio tras la Guerra Civil, respaldado por firmas tan importantes como Juan Ramón Jiménez, Giner de los Ríos, Alfonso Reyes y todo el exilio. La revista volvió a España en 1968 de la mano de José María Amado y entonces aparecieron en ella Celaya, Blas de Otero, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Brines, Pepe Hierro y todo lo más relevante de la poesía española del medio siglo siguiente. Desde entonces, los descendientes de los fundadores han mantenido la revista en su línea original, interesándose por todas las novedades que pudieran afectar a la poesía. Hace veinte años saludaron el desembarco del rock en España con un número (hoy muy buscado) en el que diseccionaban a los principales letristas anglosajones del género. Dos décadas después, pensando que había materia, han decidido dedicar otro número al efecto de todo ese rock en el letrista autóctono. El resultado ha desbordado todas las expectativas. Se recogen todas las épocas, desde Miguel Ríos hasta Nacho Vegas, pasando por Jaume Sisa, Los Ilegales de Jorge Martínez o el indie de Cristina Rosenvinge. Aparecen inéditos de Pau Riba y otros póstumos con caligrafía en vivo de Antonio Vega (impagable joya Tres vidas para ser musicada). La sorpresa es comprobar cómo la cosecha nacional de esas décadas brilla con una fertilidad que no parecía verse desde lejos y diseminada. A pesar de que la revista es gruesa, las páginas casi se quedan cortas ante la avalancha de nombres, notorios estilos personales y versos brillantes que traen los de las guitarras eléctricas. Puestos uno al lado del otro, se comprueba que los protagonistas de esas tres décadas han producido momentos, imágenes y epifanías tan altas como las de la mejor poesía. A falta todavía de un Rock and roll Hall of Fame patrio o de la definitiva enciclopedia del rock español apoyada por las instituciones, el número de Litoral será piedra de toque para todo aquel que quiera preguntarse en el futuro qué cosa fue el rock español y qué lírica dieron de sí sus poetas. Suscribirse a Litoral es una magia. Es lo que tiene: nunca sabes qué te llegará, sólo que será bueno y sorprendente.
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