Un lanzallamas en bazar Perpinyà

Pues, sí. Esto es lo que Ordóñez quiere comprar en ese establecimiento barcelonés cercano al Paralelo que creo que ya no existe pero fue en su momento muy popular. Ya sabe el autor que se trata de una metáfora de la imposible satisfacción del deseo, porque aun suponiendo que pudiéramos llegar hasta allí, para expresarlo a la manera de Kafka, lo más probable es que no tuvieran lanzallamas y en caso de tenerlos estuvieran averiados. Con metáforas parecidas, expresiones cómicas y desenfado creciente, Ordóñez escribe en la última de las tres narraciones de este volumen, 'Gaseosa en la cabeza', un nuevo fragmento de su autobiografía dispersa, una confesión directa y arrebatada que culmina el día en que se dispone a ver la película Nivel 13 (como nunca ha llegado a verla ya le digo que no se ha perdido nada) y sufre un ataque de pánico que le lleva a los peores tiempos de su vida. Antes, ha contado unas cuantas cosas sobre la educación de un escritor desde su más tierna infancia refiriéndose a sí mismo con un alegre desparpajo que le quita al texto toda solemnidad. Lo cómico y lo dramático se avienen bien y la confesión desnuda convive con las reflexiones sobre la escritura (a veces sorprendentes: "Hablar de un libro fácil es como tratar de puta a una señorita"). La cita inicial de Lewis Carroll es un indicio sobre lo que se nos propone, un viaje al otro lado del espejo. Los protagonistas del primer relato, 'Esto no está pasando', bautizados con tres bes, Bruno, Balú y Bet, después de un día de trabajo "de reunión en reunión", en un día luminoso se encuentran de repente inmersos en una Barcelona irreal, sin colores, en un inmaculado blanco y negro propio de las películas de antes, una ciudad parecida a la de los años sesenta del pasado siglo. En el segundo relato, 'Como un policía en un país extranjero', la hermana de un escritor fallecido llamado Daniel se propone averiguar cómo era realmente su desconocido hermano, la persona que había detrás de los cuentos que había ido recibiendo regularmente en su lejana residencia americana. El narrador de la primera historia se expresa en un lenguaje desordenado y sincopado, deliberadamente descuidado, muy visual, en párrafos de frase corta y única, trufado de expresiones coloquiales y algún divertido catalanismo ("llovía a botes y barriles") y numerosísimas referencias a la cultura popular ("cuéntame qué ha sucedido, si he conocido la felicidad") para producir una narración desenfadada y fantástica pero culminada, en contraste, por un dramático descubrimiento. La segunda historia empieza con una entonación sosegada y ordenada propia de las investigaciones académicas, pero toma después un tono febril cuando el escritor ficticio investigado se precipita en su infierno personal. Ordóñez sabe imbricar fuertemente lo personal con la vida pública y lo hace igual en la ficción como en los géneros periodísticos que cultiva dando lugar a productos híbridos en los que no siempre está claro qué es real y qué es ficción, algo que a la postre es bien recibido por el lector, siempre afanoso de descubrir las inevitables referencias al cine ("miénteme. Dime que me has esperado todos estos años"), la literatura y la música. Libro para devotos de esas artes que, esperemos, sean todavía legión.