Pasaporte a la nada
La mala gestión de una buena herramienta conduce a la UCI al descrédito
Mediada la pasada Vuelta, un ciclista, uno de los mejores del mundo, se enteró de que en Australia se iba a celebrar una conferencia sobre el futuro del ciclismo y no pudo evitar una contribución. Su discurso, que en forma de carta anónima se ha convertido en uno de los best-sellers de los foros de Internet, se podría decir que tuvo carácter profético. La historia, con la que estaba de acuerdo gran parte del pelotón, iba sobre el pasaporte biológico y terminaba anticipando que Franco Pellizotti sería declarado inocente y preguntándose qué pasaría entonces, quién le devolvería lo perdido. Así fue. Así es. A Pellizotti le tuvo la Unión Ciclista Internacional (UCI) parado cinco meses -no corrió el Giro ni defendió su reinado de la montaña en el Tour- porque no le cuadraban los datos. El Comité Olímpico Italiano le declaró inocente esta semana pasada.
El CONI declaró inocente a Pellizotti tras cinco meses suspendido
En el ciclismo, en la historia de su larga y tortuosa relación con el dopaje -nadie lo niega, ni corredores, organizadores, propietarios de equipos y patrocinadores-, ha habido un antes y un después con la implantación en 2008 del pasaporte biológico, que recoge los valores hematológicos del corredor a lo largo de los meses y los años.
"El pasaporte", dice Francisco Fernández, uno de los dueños del Caisse d'Épargne, "ha ejercido un efecto psicológico innegable sobre el pelotón". Los ciclistas saben que para lograr contratos, primas, credibilidad, deben contar con un buen palmarés y un pasaporte primoroso; que lo primero que hace un equipo que quiere fichar a uno es llamar a Mario Zorzoli, jefe de este apartado en la UCI, quien le dará luz verde, ámbar o roja según lo que entrevea en sus datos hematológicos.
"Hay 850 corredores inscritos en el programa del pasaporte", dice Zorzoli; "850 a los que podemos controlar los 365 días del año gracias al programa ADAMS, en el que deben anotar dónde están a cada minuto. Después de haber efectuado casi 10.000 controles al año, el porcentaje de sospechosos ha descendido del 11% a poco más del 2%". El presupuesto del pasaporte asciende a más de seis millones de euros, sufragados en su mayor parte por los equipos, a razón de 120.000 euros anuales cada uno.
"El pasaporte ha tenido efectos beneficiosos, no lo discuto, pero también abre una puerta a la corrupción", razona el ciclista anónimo en su carta. "¿Quién controla al controlador? ¿Quién me asegura mis datos, a los que tengo acceso en el ADAMS, pero no al tratamiento informático a que lo someten? ¿Por qué no analizan mi sangre delante de mí para que, en caso de que salgan valores anómalos, puedan interrogarme y si tengo una razón que explique la desviación, un entrenamiento en altura, una deshidratación, un problema de salud, poder alegarlo inmediatamente en vez de tener que hacerlo meses o años después, cuando ya ni siquiera me acuerdo de dónde estaba cuando el control? No digo que lo haga, pero, como solo la UCI maneja todos los datos, puede utilizarlos para establecer listas negras, para aumentar su poder sobre los equipos, para tener al ciclismo en su mano. ¿Por qué no se ocupa del pasaporte un organismo independiente? Somos seres humanos y un falso positivo causa un daño moral irreparable", advierte.
"El problema", añade Mike Ashenden, uno de los nueve expertos a los que la UCI somete los datos sospechosos, "es que hay una gran falta de transparencia. Con el pasaporte se atrapa a pocos corredores y a los que se coge se los quiere convertir en casos ejemplares. El problema es que el pasaporte es un método indirecto de detección de dopaje, que no se puede cantar automáticamente un positivo. A veces, es muy complicado de interpretar -por ejemplo, puede animar al dopaje: un ciclista mantiene constantes sus valores gracias a la EPO o a una transfusión y solo cuando se deja de dopar salen valores anormales-, y depende de un programa estadístico. Puede ser un error buscar una suspensión directamente con un pasaporte sin que haya habido un positivo. Una mala gestión del pasaporte puede acabar con su vigencia".
"Sí, el problema son las estadísticas", añade Aldo Sassi, uno de los pioneros, en los años 80, del dopaje sanguíneo, un fisiólogo que ahora propugna la transparencia máxima; "y yo no creo en las estadísticas. Si creyera, ahora estaría muerto". A Sassi le diagnosticaron el año pasado dos tumores cerebrales y le dieron una esperanza de vida de seis meses. Aún sigue lúcido y trabajando.
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